VACIARNOS DE NOSOTROS MISMOS





Queridos hijos, hoy deseo decirles que los amo.

VACIARNOS DE NOSOTROS MISMOS

Mensaje de la Santísima Virgen en Medjugorje el 25 de agosto de 1992

Queridos hijos, hoy deseo decirles que los amo. Los amo con todo mi amor maternal y los invito a abrirse completamente a mí para que yo pueda, por medio de ustedes, convertir y salvar al mundo donde abundan tanto pecado y tantas maldades. Por lo tanto, queridos hijitos míos, ábranse completamente a mí para que pueda, cada vez más, guiarlos a todos hacia el inefable amor de Dios Creador, que se revela a ustedes día tras día. Estoy con ustedes y deseo mostrarles al Dios que los ama. Gracias por haber respondido a mi llamado.


MEDITACIÓN

(VD 81) Para vaciarnos de nosotros mismos, necesitamos morir a nosotros mismos todos los días; es decir, es preciso renunciar a las operaciones de las facultades de nuestra alma y a los sentimientos de nuestro cuerpo; ver como si no viéramos, oír como si no oyéramos, servirse de las cosas de este mundo como si no nos sirviéramos de ellas (1 Cor. 7, 31), a lo que san Pablo llama morir todos los días (1 Cor. 15, 31). Si el grano de trigo que cae en tierra no muere, permanece en la tierra y no produce fruto alguno (Jn 12, 24). Si no morimos a nosotros mismos, y si nuestras devociones más santas no nos llevan a esta muerte necesaria y fecunda, no produciremos frutos que valgan la pena y nuestras devociones serán inútiles; todas nuestras justicias quedarán manchadas por nuestro amor propio y nuestra voluntad propia, y esto hará que Dios tenga por abominación los más grandes sacrificios y las mejores acciones que podamos hacer, y la hora de nuestra muerte nos encontrará con las manos vacías de virtudes y méritos; y no tendremos ni una chispa de ese amor puro que sólo se comunica a las almas que han muerto a sí mismas y cuya vida está escondida con Jesucristo en Dios (Col. 3, 3)
(San Luis María Grignion de Montfort)


El Padre de las misericordias quiso que la Encarnación estuviese precedida por una aceptación de parte de esta Madre predestinada, de tal manera que habiendo contribuido a la obra de la muerte una mujer, también una mujer contribuyera a la vida.
Ella misma le da esta respuesta al mensajero celestial: “Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Así, María, abrazando de corazón la voluntad divina de la salvación, se entrega totalmente como servidora del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, bajo su dependencia y con él, por medio de la gracia del Dios todopoderoso para servir al misterio de la Redención. Eso justifica el hecho de que los santos Padres consideren que María participa a la salvación de los hombres no solamente aportando la cooperación de un instrumento pasivo en las manos de Dios, sino también la libertad de su fe y de su obediencia.
(Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Iglesia, 1964, n° 56) 




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