Consagración en el espíritu de la infancia espiritual


En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo 
INVOCACIÓN 
Dénse prisa, pues, por recibir al Espíritu que viene de Dios, el Espíritu divino, para ser herederos del Reino celestial por todos los siglos. 
Pero si desde aquí abajo,
no llegan a ser celestiales,
¿cómo podrán pretender
habitar con Cristo en los cielos?
Corran entonces con ardor, corramos todos, para que seamos juzgados dignos 
de encontrarnos en el Reino de los Cielos y de reinar con Cristo, el Señor de todo, a quien se debe toda gloria,
con el Padre y el Espíritu Santo, 
por los siglos de los siglos, Amén. 

Creo en Dios…

Una decena del rosario por las intenciones de la Virgen María

 Mensaje del 5 de agosto de 1984

La Virgen les dijo a Vicka, María y a Jelena que el verdadero día de su nacimiento era el 5 de agosto. Durante los 3 días anteriores a la celebración del segundo milenio del nacimiento de María, se hizo oración y ayuno continuos; setenta sacerdotes confesaron sin interrupción; y se convirtieron un gran número de personas. 
“Jamás en mi vida, lloré de dolor, como lloro esta tarde de alegría. ¡Gracias! Estoy muy feliz, continúen, continúen orando y ayunando”. 

MEDITACIÓN 
María se abandona a nosotros sin reserva, para que nosotros también nos abandonemos a ella. No pudiendo acercarnos a María debido a su nobleza, que sin embargo, es la que se nos ha prometido; ella nos es propuesta bajo su expresión más humilde, la más pequeñita que hayamos podido imaginar: en su cuna. Del mismo modo, no pudiendo contemplarla en la hermosura de la plenitud de su femineidad (“La Santísima Virgen es tan bella, que querríamos morir para poder verla” dijo santa Bernardita de Lourdes), se nos concede el maravillarnos ante la gracia de su infancia. 
Jean Jacques Olier invita a la devoción a María niña: “Me parece que puede hacerse en espíritu una visita muy dulce a santa Ana y san Joaquín, para pedirles que nos dejen entrar en su santa morada, y acercarnos a la cuna de su santa hija, de quien son los guardianes y los ángeles visibles. Después de haberlos saludado con la oración hecha en su honor, nos dirigiremos hacia su cuna y allí, de rodillas, con todo recogimiento y piedad, nos uniremos a los santos ángeles para reverenciar y alabar con ellos, las grandezas desconocidas de María; y por la fe nos difundiremos al interior de todos aquellos espíritus celestes, para participar en la diversidad de honores y amorosos sentimientos que le tributan a esta obra maestra del amor y de la sabiduría divina”. 
A lo largo de toda la Antigua Alianza, la misión de María fue preparada por la misión de algunas santas mujeres. Al principio de todo, Eva: a pesar de su desobediencia, recibe la promesa de una descendencia que será vencedora del Maligno (cf Gn 3, 15) y la de ser la Madre de todos los vivientes (cf Gn 3, 20).
En virtud de esta promesa, Sara concibe un hijo a pesar de su edad avanzada (cf Gn 18, 10-14; 21, 1-2). Contra toda expectativa humana, Dios acoge lo que era tenido por impotente y débil (cf 1 Cor 1,27) para mostrar la fidelidad a su promesa: Ana, la madre de Samuel (cf 1 Sam 1). Débora, Rut, Judit y Ester, y muchas otras mujeres. María “sobresale entre los humildes y los pobres del Señor, que esperan de él la salvación y la acogen con confianza. Finalmente con ella, excelsa Hija de Sión, después de la larga espera de la promesa, se cumple el plazo y se inaugura el nuevo plan de salvación” (LG n° 55) 
(Catecismo de la Iglesia Católica, n° 489) 

CONSAGRACIÓN 
Oh María, me consagro a tu infancia. Acojo en ella, la mirada maravillada del Padre y todo su amor, su inocente amor, su fe en una niña pequeñita que concentra en sí misma toda la esperanza del mundo. En ti me consagro al insospechable amor del Padre. En ti, María, me consagro a la esperanza, para comunicar la deslumbrante felicidad futura en la familia de Dios. 
Oh María, me consagro a tu infancia en la que encuentro el valor de tomarte en mis brazos, de ponerte en mi corazón, llegando a ser así el más íntimo de la Reina de los cielos. 

Antífona 
Alégrate, resplandor de la alegría, Alégrate, por quien el mal desaparece, Alégrate, tú que levantas a Adán de su caída, Alégrate, por ti Eva ya no llora más. 

Salmo 8 
¡Oh Señor, nuestro Dios
qué admirable es tu Nombre en toda la tierra! 
Quiero adorar tu majestad sobre el cielo: con la alabanza de los niños y de los más pequeños, erigiste una fortaleza contra tus adversarios para reprimir al enemigo y al rebelde. 
Al contemplar el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado:
¿qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que cuides de él? 
Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y esplendor;
le diste dominio sobre la obra de tus manos, todo lo pusiste bajo sus pies: 
todos los rebaños y ganados,
y hasta los animales salvajes;
las aves del cielo, los peces del mar
y cuanto surca los senderos de las aguas. 
¡Oh Señor, nuestro Dios
qué admirable es tu Nombre en toda la tierra! 

Invocación: María, Reina de la Paz, ruega por nosotros y por el mundo entero. (3 veces) 


Comentarios