Consagración de nuestros compromisos con respecto a Dios


(Votos, promesas hechas a Dios) 



En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo 

INVOCACIÓN 
Ven, Espíritu Santo,
tú que me has elegido, apartado de este mundo y establecido ante la faz de tu gloria,
de la misma forma, ahora, consérvame dispuesto por siempre, inconmovible,
en tu morada dentro de mí:
para que viéndote perpetuamente,
yo, el muerto, viva; poseyéndote,
yo, el pobre, sea siempre rico;
que al comerte y beberte,
y revestirme de ti a cada instante,
vaya de delicia en delicia
recibiendo indecibles bienes:
porque tú eres todo bien y toda gloria
y toda delicia
y a ti pertenece la gloria santa,
consubstancial y vivificante Trinidad,
a ti, a quien todos los fieles veneran,
confiesan, adoran y sirven en el Padre,
el Hijo y el Espíritu Santo,
ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. 
(San Simeón, el nuevo teólogo) 

Creo en Dios…

Una decena del rosario por las intenciones de la Virgen María Mensaje del 16 de mayo de 1987 
“¡Oh hijos! Recuerden que para ustedes, la única manera de estar siempre conmigo y de conocer la voluntad del Padre es orando. Por eso, los llamo hoy una vez más. No dejen de responder a mis llamados. Continúen orando pese a todo y así comprenderán la voluntad del Padre y su amor. Queridos hijos, es verdaderamente algo muy grande cuando Dios llama a los hombres. Piensen qué triste sería dejar pasar esas ocasiones que Dios les concede ¡sin aprovecharlas! No esperen a mañana o a pasado mañana. Díganle sí a Jesús ahora mismo. Y que ese “sí” sea para siempre. Gracias por haber respondido a mi llamado.” 

MEDITACIÓN 
Separada así de la casa de sus padres a una edad tan tierna, esta santísima niña, entrando al templo se abandona a Dios en total olvido del mundo y muerte a sí misma; con un fervor y un celo que no podían ser comprendidos. Renueva entonces sus votos de hostia y de sierva, con un amor más grande aún; más puro, más excelente, más admirable que cuando lo había hecho en el templo sagrado de las entrañas de santa Ana. Este amor iba creciendo momento a momento, sin interrupción ni tregua y la hacían inmensa. Toda consumida por este amor, no quiere tener vida ni movimiento, ni libertad, ni espíritu, ni cuerpo, absolutamente nada que no sea en Dios. La donación que hace de ella misma es tan viva, tan ardiente, y tan apremiante, que su alma está en disposición actual y perpetua de entregarse a Dios sin cesar, y estar siempre más y más en él, creyendo, por así decirlo, que nunca es suficiente, y queriendo entregarse aún más, si ello fuera posible. 
En una palabra, ofreciéndose como una hostia viva y consagrada a Dios toda ella, y en todo lo que sería un día, renueva la consagración de toda la Iglesia, que ya había hecho a Dios, en el momento de su concepción; y especialmente la de aquellas almas que a ejemplo suyo, se consagrarían a su divino servicio en tantas comunidades santas. 
(J. J. Olier, La Vida Interior de la Santísima Virgen, TI, p. 131-132) 
María da su consentimiento a la elección de Dios, para ser la Madre de su Hijo por obra del Espíritu Santo. Puede decirse que este consentimiento suyo para la maternidad es sobre todo fruto de la donación total a Dios en la virginidad. María aceptó la elección para ser Madre del Hijo de Dios, guiada por el amor esponsal, que “consagra” totalmente una persona humana a Dios. En virtud de este amor, María deseaba estar siempre y en todo “consagrada a Dios”, viviendo la virginidad. Las palabras “he aquí la esclava del Señor” expresan el hecho de que desde el principio ella acogió y entendió la propia maternidad como donación total de sí, de su persona, al servicio de los designios salvíficos del Altísimo. Y toda su participación materna en la vida de Jesucristo, su Hijo, la vivió hasta el final de acuerdo con su vocación a la virginidad. 
(Juan Pablo II, Redemptoris Mater n° 39) 

CONSAGRACIÓN 
¡Oh María! Tú que vas a llevar al Templo en tu seno, vienes al templo a consagrar tu virginidad para preservarte, para que como hija de David, des a Dios una morada más vasta que el mundo. Concédeme comprender la inmensa fecundidad de un amor que se da enteramente. Concédeme poder entrar al Templo del cuerpo de tu Hijo, que es la Iglesia, y consagrarme a él, haciendo de mi vida una consagración siempre renovada y cada vez más grande en el amor. 
María, me consagro en tu castidad, oh espejo de angélica pureza. Me consagro en tu pobreza, a ti, que colmada por    Dios en el orden de la naturaleza y en el de la gracia, te ofreces incondicionalmente, no reteniendo nada para ti, ni siquiera una mirada. Me consagro en tu obediencia, a ti, que te sometiste a la ley de nuestros padres para conformarte totalmente a la voluntad del Padre. 

Antífona 
Escucha, Virgen María, la voz de tu Señor, corre ante tu Bienamado, hija de Jerusalén: en lo secreto de sus designios, él te ha escogido para que habites por siempre en su casa. 

Salmo 48 (47) 
Grande es el Señor y digno de alabanza, en la Ciudad de nuestro Dios.
Su santa Montaña, la altura más hermosa, es la alegría de toda la tierra. 
La Montaña de Sión, la Morada de Dios, es la Ciudad del gran Rey: el Señor se manifestó como un baluarte en medio de sus palacios. 
Porque los reyes se aliaron
y avanzaron unidos contra ella; pero apenas la vieron quedaron pasmados y huyeron despavoridos. 
Allí se apoderó de ellos el terror
y dolores como los del parto, como cuando el viento del desierto destroza las naves de Tarsis. 
Lo que habíamos oído lo hemos visto en la ciudad del Señor del Universo, en la ciudad de nuestro Dios, que Dios afianzó para siempre. 
Evocamos, oh Dios, tu misericordia
en medio de tu Templo;
¡como tu nombre, oh Dios, tu alabanza se extienda hasta los confines de la tierra! 
Nos colmas de tu salvación con tu diestra, el monte Sión se regocija,
exultan las hijas de Judá
a causa de tu victoria. 
Den una vuelta alrededor de Sión
y cuenten sus torreones;
observen sus baluartes y miren sus palacios, para contar a la generación venidera,
que así es el Señor,
nuestro Dios por los siglos de los siglos, ¡aquel que nos conduce más allá de la muerte! 


Invocación: María, Reina de la Paz, ruega por nosotros y por el mundo entero. (3 veces) 

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