Consagración de nuestras ausencias sensibles de Dios, de nuestras sequedades




En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo 
INVOCACIÓN 
Espíritu Santo, por el fuego que has encendido en nosotros, oramos, meditamos, hacemos penitencia. Nuestras almas, si tú las abandonas, no podrían seguir viviendo, al igual que nuestros cuerpos, si el sol se extinguiera. 
Mi santísimo Señor y santificador, todo bien que existe en mí es tuyo...
Si no me parezco a tus santos, es porque no pido tan ardientemente tu gracia, ni siquiera una gracia suficientemente grande y porque no aprovecho con diligencia aquella que me has dado. 
Aumenta en mí la gracia del amor, a pesar de toda mi indignidad. Es más preciosa que todo el mundo. La acepto a cambio de todo lo que el mundo pueda darme. ¡Oh, dámela! ¡Ella es mi vida! 
(cardenal Newman) 

Creo en Dios…

Una decena del rosario por las intenciones de la Virgen María Mensaje del 25 de marzo de 1992 
“Queridos hijos, hoy como nunca antes, los invito a vivir y poner en práctica mis mensajes en sus vidas. He venido hasta ustedes para ayudarlos, y es por eso que hoy los invito a que cambien de vida, porque han tomado el camino de la desdicha y de la ruina. Cuando les dije: “Conviértanse, oren, ayunen, reconcíliense”, ustedes acogieron esos mensajes superficialmente. Comenzaron a vivirlos y luego dejaron de hacerlo porque les resultaban difíciles. Sepan, hijos queridos, que cuando algo es bueno deben perseverar en el bien y no pensar: “Dios no me ve, no me escucha, no me ayuda”. De esa manera – por causa de sus desdichados intereses – se han apartado de Dios y de mí. Yo quería hacer de ustedes un Oasis de Paz, Amor y Bondad. Dios quería que ustedes, con el amor y Su Ayuda hicieran milagros y dieran el ejemplo. Por eso les digo: Satanás está jugando con ustedes y con sus almas y no puedo ayudarlos porque están lejos de mi corazón. Por lo tanto, oren, vivan mis mensajes y entonces verán los milagros del amor de Dios en sus vidas cotidianas. Gracias por haber respondido a mi llamado.” 

MEDITACIÓN 
La Virgen expresa un dolor muy amargo cuando dice: “He aquí que tu padre y yo te buscábamos angustiados” (Lc 2,48). Místicamente, en efecto, ese gusto es afligente, amargo y ejercitante, edificante para el despliegue del alma en una separación del amado y en la pérdida del Bienamado que vuela alto. Por ese gusto amargo, el alma entera, dependiente de él, ya no puede encontrar reposo, siempre por amor, celosa para no separarse de él por falta suya. En consecuencia, corre por todas partes buscando a su Bienamado y reclamando ayuda a toda criatura, para descubrir a Aquel a quien su corazón ama. Esta Madre nos muestra que el dolor ha sido muy virtuoso para ella... Si la Santísima Virgen, a pesar de estar enteramente llena del Espíritu Santo desde el instante de su concepción, no se libró de ser ejercitada en tales ocasiones, fue para que María nos sirviera de ejemplo. Jesús lo hizo razonablemente deseando que María nos muestre así, místicamente cuánto progresa el alma en tal experiencia de dolor, por la ausencia del Bienamado y por su inquietante búsqueda. En efecto, el Bienamado volverá al 
alma con renovada dulzura siempre más abundante, si ninguna falta de negligencia suya la volviera indigna. 
(san Bernardino de Siena, citado por Efraim en María Intima, p 145) 
¡Oh, ese “por qué” de niño! El traspasar el Corazón de María es propio de un anciano, de un sacerdote. ¡Pero de un niño, de su niño! No olvidemos que ese niño era sacerdote, mucho más de lo que Simeón podía serlo, en cierto sentido el único sacerdote; en todo caso el único que lo ha sido desde siempre, que lo es por necesidad de su ser (...) “¿Por qué me buscaban?” dice Jesús a su Madre “¿Por qué me has abandonado?”, le dice al Padre sobre el altar de la Cruz. Ese grito del Calvario es tan espantoso, que los evangelistas vacilaron al traducirlo. Nos lo han dejado en toda la aspereza de las sílabas semíticas: Lamma sabactani. Los dos “por qué” se corresponden, tanto el uno como el otro tienen algo de insondable, de incomprensible... Ese Jesús que veía a Dios, que gozaba de la visión beatífica más que todos los santos y todos los ángeles juntos, es tan sólo el Hombre de dolor ¡y de qué dolor! Sin embargo, me pregunto si el “por qué” del niño, no es igualmente espantoso, sobre todo para nosotros.  (padre Dehau, Eva y María) 
El anuncio del ángel a María está contenido en estas pacificadoras palabras: “No temas, María... porque nada es imposible para Dios”. En verdad, toda la existencia de la Virgen María está envuelta en la certeza de que Dios está cerca suyo y la acompaña con su tierna providencia. Al igual que con la Iglesia, que encuentra “un refugio” (Ap 12,6) preparado por Dios en el desierto, lugar de la prueba pero también de la manifestación del amor de Dios a su pueblo. María es la única palabra de consolación para la Iglesia en su lucha contra la muerte. Mostrándonos a su Hijo, nos asegura que en él las fuerzas de la muerte han sido vencidas: “La muerte y la vida se enfrentaron en un duelo prodigioso. El Señor de la vida murió, pero vivo reina” (Misal romano, secuencia de Pascua) 
(Juan Pablo II, El Evangelio de la Vida, n° 105) 

CONSAGRACIÓN 
Oh Virgen, te consagro todos los momentos en que pierdo a Dios de una manera visible, sensible; en los cuales el sacrificio de tu Hijo me resulta extraño. Me consagro en tu fe y en tu esperanza, para que no tropiece y no me detenga en el camino. Te consagro mis sequedades, mis noches espirituales, los momentos en los cuales ya no sé discernir el Cuerpo de tu Hijo, ni en los sacramentos, ni en mis hermanos y muy particularmente en los más pobres. 
Oh María, Nuestra Señora del Espanto, te consagro mis angustias y mis dudas, mis pánicos y mis pequeñas muertes, te consagro la hora de mi agonía. Mi vida y mi muerte, te pertenecen, para que por ellas, honres a tu Hijo y glorifiques a Dios. 
Te consagro la vida y la muerte de mis padres, de mis seres queridos y de mis amigos. 

Antífona 
Puesto que el Rey de los cielos
deseó que su Madre
fuera sumergida en la noche,
en la angustia del corazón;
María, ¿es acaso un bien sufrir en la tierra? 
¡Oh, sí! ¡Sufrir amando es la dicha más pura! 
Todo lo que me ha dado, 
Jesús puede tomarlo de nuevo.
Dile que nunca se moleste conmigo…
 Puede muy bien esconderse; consiento en esperarlo,
hasta el día sin ocaso
en el que se apagará mi fe. 
(santa Teresita del Niño Jesús, Poesía “Por qué te amo, oh María) 

Salmo 22 (21) 
Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
¿por qué estás lejos de mi clamor y mis gemidos? Te invoco de día, y no respondes,
de noche, y no encuentro descanso;
y sin embargo, tú eres el Santo,
que reinas entre las alabanzas de Israel. 
En ti confiaron nuestros padres:
confiaron y tú los libraste;
clamaron a ti y fueron salvados,
confiaron en ti y no quedaron defraudados. 
Pero yo soy un gusano y no un hombre; asco del vulgo, desprecio del pueblo. Todos los que me ven, se burlan de mí, tuercen los labios, menean la cabeza: “Confió en el Señor, que él lo libre; que lo salve, si lo quiere tanto”. 
Tú, Señor, me sacaste del seno materno,
me confiaste al regazo de mi madre;
a ti fui entregado desde mi nacimiento,
desde el seno de mi madre, tú eres mi Dios.
¡No te alejes de mí, que la angustia se me acerca y no hay socorro para mí! 
Me rodea una manada de novillos, me acorralan toros de Basán;
ávidos abren sus fauces contra mí como leones que desgarran y rugen. 
Como el agua me derramo,
y todos mis huesos se dislocan, mi corazón se vuelve como cera,se me derrite entre mis entrañas.
Está seco mi paladar como una teja
y mi lengua pegada a mi garganta;
tú me sumes en el polvo de la muerte. 
Perros innumerables me rodean,
una banda de malvados me acorrala; taladran mis manos y mis pies ¡Puedo contar todos mis huesos! Ellos me miran con aire de triunfo, se reparten entre sí mis vestiduras
y echan a suerte mi túnica. 
Pero tú, Señor, no te quedes lejos:
tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. ¡Libra mi cuello de la espada
y mi vida de las garras del perro.
Sálvame de las fauces del león,
y mi pobre ser de los cuernos del búfalo! 
Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos, te alabaré en medio de la asamblea: “Alábenlo, los que temen al Señor; glorifíquenlo, descendientes de Jacob; témanlo, descendientes de Israel”. 
Porque no desprecia,
ni rechaza la humillación del pobre, no le oculta su rostro
y escucha su grito cuando le invoca. 
Por eso te alabaré en la gran asamblea
y cumpliré mis votos delante de los fieles: los pobres comerán hasta saciarse
y los que buscan al Señor lo alabarán. ¡Que sus corazones vivan para siempre! 
Todos los confines de la tierra
se acordarán y volverán al Señor; todas las familias de los pueblos se postrarán en su presencia. Porque sólo el Señor es rey
y él gobierna a las naciones. 
Todos los que duermen en el sepulcro se postrarán en su presencia;
todos los que bajaron a la tierra doblarán la rodilla ante él, 
y los que no tienen vida glorificarán su poder. 
Una descendencia le servirá,
ella hablará del Señor a la generación venidera. Vendrá y contará su justicia al pueblo naciente: porque esta es la obra del Señor. 

Invocación: María, Reina de la Paz, ruega por nosotros y por el mundo entero. (3 veces) 




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