Consagración de nuestros pensamientos y de nuestras palabras




En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo 

INVOCACIÓN 
¡Oh Espíritu Santo, divino Paráclito, Padre de los pobres, Consolador de los afligidos, santificador de las almas, heme aquí, postrado ante tu presencia. Te adoro con la más profunda sumisión, y repito mil veces con los serafines que están ante tu trono: ¡Santo! ¡Santo! ¡Santo! 
Tú, que has llenado de inmensas gracias el alma de María e inflamado de santo celo los corazones de los apóstoles, dígnate también abrasar mi corazón con tu amor. Tú eres un espíritu divino, fortifícame contra los malos espíritus; tú eres fuego, enciende en mí el fuego de tu amor, tú eres luz, ilumíname, hazme conocer las verdades eternas; tú eres una paloma, dame costumbres puras; eres un soplo lleno de dulzura, disipa las tempestades que levantan en mí las pasiones; eres una nube, cúbreme con la sombra de tu protección; en fin, a ti que eres el autor de todos los dones celestes: ¡ah! te suplico, vivifícame con la gracia, santifícame con tu caridad, gobiérname con tu sabiduría, adóptame como tu hijo por tu bondad, y sálvame por tu infinita misericordia, para que no cese jamás de bendecirte, de alabarte y de amarte; primero en la tierra durante mi vida, y luego en el cielo durante toda la eternidad. (san Alfonso María de Ligorio) 

Creo en Dios…

Una decena del rosario por las intenciones de la Virgen María

 Mensaje del 25 de febrero de 1989 
“Queridos hijos, hoy los invito a la oración del corazón. Durante este tiempo de gracia deseo que cada uno de ustedes se una a Jesús. Sin la oración incesante no pueden sentir la belleza y la grandeza que Dios les ofrece. Por eso, hijitos, llenen siempre sus corazones aún con las más pequeñas oraciones. Estoy con ustedes y velo constantemente por cada corazón que se entrega a mí. Gracias por haber respondido a mi llamado. 

MEDITACIÓN 
¿Qué hay de más íntimo y de más unido al hijo que la madre, y al Hijo de Dios que la Madre de Dios, que lo concibe en su seno, lo lleva en sus entrañas, lo encierra y lo abarca en sí misma, como parte y parte tan noble de sí; aún la más noble de sí misma. Pues el estado natural de la madre tiene ese privilegio, de tener y de llevar doble espíritu, doble corazón, doble vida en un mismo cuerpo. Y el estado de la Madre de Dios concede a la Virgen el privilegio, por naturaleza y por gracia, de tener a Jesús en sí misma, y de tenerlo como parte noble de sí, y de tener el espíritu, el corazón y la vida de Jesús, tan íntimos, tan unidos a su espíritu, a su corazón y a su vida; que es el espíritu de su espíritu, el corazón de su corazón y la vida de su vida. 
Das vida a Jesús, porque es tu Hijo. Recibes vida de Jesús, porque es tu Dios. Y estás así, dando y recibiendo vida, todo a la vez. Así como el Verbo divino está recibiendo y dando al mismo tiempo, ser, vida y gloria en la eternidad, recibiéndolos del Padre, dándolos al Espíritu Santo; así tú, oh Virgen Santa, que tienes el honor de ser la Madre del Verbo encarnado, tú, digo yo, a ejemplo e imitación suya, estás recibiendo y dando vida al mismo tiempo; estás dando vida a Jesús y recibiendo vida de Jesús; das vida a Jesús animando con tu corazón y con tu espíritu el corazón y el espíritu de Jesús, y recibes del corazón y del cuerpo de Jesús que vive y reside en vos, vida en tu corazón, en tu cuerpo y en tu espíritu, todo junto. (Berulle) 
Pero la Iglesia, inspirada por el Espíritu y enriquecida con la experiencia secular, reconoce que la piedad hacia la Virgen, subordinada a la piedad hacia el divino Salvador y unida a ella, tiene igualmente una gran eficacia pastoral, y constituye una fuerza para la renovación de la vida cristiana. La razón de tal eficacia es fácilmente perceptible. En efecto, la múltiple misión de María con respecto al pueblo de Dios es una realidad sobrenatural operante y fecunda en el organismo eclesial. Es gozoso considerar los aspectos particulares de una tal misión y ver como se orientan cada uno de ellos, con su propia eficacia, hacia el mismo fin: reproducir en sus hijos los rasgos espirituales de su Hijo primogénito. Queremos decir con ello que la maternal intercesión de la Virgen, su santidad ejemplar, la gracia divina que está en ella, llegan a ser para el género humano motivo de esperanza. 
(Paulo VI, El Culto Mariano Hoy, 1974, n° 57) 

CONSAGRACIÓN 
María, Madre del Verbo, te consagro mi corazón intelectual y espiritual, ese lugar donde pueden nacer tanto los malos pensamientos que mancillan al hombre, como las palabras que consuelan y edifican. María, que del tesoro de mi corazón sólo salgan cosas buenas, así como salió de tu Corazón el Tesoro que vino para enriquecer al mundo entero. Oh Madre del Verbo, presérvame de la vana habladuría, que mi palabra sea oración, que de mi palabra nazca el Verbo en los corazones. 
María, te consagro mi lengua. Tú que eres la boca silenciosa de los apóstoles, vigila la puerta de mis labios y coloca un angelical centinela a mi boca, y sobre todo, haz nacer en mí al Verbo, para que mi corazón desborde de palabras bellas. 

Antífona 
Veamos en el seno de María
ese corazón que es sólo fuego,
que lleno del Espíritu Santo exclama: Amor, Amor, Amor de Dios. 
(san Luis María Grignion de Montfort) 

Prólogo Jn 1, 1-18 
En el principio existía el Verbo
y el Verbo estaba con Dios,
y el Verbo era Dios.
El estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por él 
y sin él no se hizo nada de cuanto existe. En él estaba la vida
y la vida era la luz de los hombres,
y la luz brilla en las tinieblas, 
y las tinieblas no pudieron apagarla. 
Apareció un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan.
Vino como testigo,
para dar testimonio de la luz, 
para que todos creyeran por medio de él. El no era la luz,
sino el testigo de la luz. 
El Verbo era la luz verdadera que, al venir a este mundo, 
ilumina a todo hombre. Estaba en el mundo, 
y el mundo fue hecho por medio de él,
y el mundo no lo conoció.
Vino a los suyos,
y los suyos no lo recibieron.
Pero a todos los que lo recibieron, a los que creen en su Nombre, 
les dio poder de llegar a ser hijos de Dios.
 Ellos no nacieron de la sangre,
ni por obra de la carne,
ni de la voluntad del hombre, 
sino que fueron engendrados por Dios. 
Y el Verbo se hizo carne
y habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su gloria,
la gloria que recibe del Padre, como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. 
Juan da testimonio de él, al declarar: “He aquí aquel de quien yo dije:
El que viene después de mí
me ha precedido, 
porque existía antes que yo.” 
De su plenitud, todos nosotros hemos participado
y hemos recibido gracia sobre gracia:
porque la Ley fue dada por medio de Moisés, 
pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. 
Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, 
que está en el seno del Padre. 

Invocación: María, Reina de la Paz, ruega por nosotros y por el mundo entero. (3 veces) 











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