25 de abril de 2017
“Queridos hijos, amen, oren y testimonien mi presencia a todos los que están lejos. Con su testimonio y ejemplo pueden acercar los corazones que están lejos de Dios y de Su gracia. Yo estoy con ustedes e intercedo por cada uno de ustedes para que, con amor y valentía, testimonien y animen a todos aquellos que están lejos de mi Corazón Inmaculado. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!”
Queridos hijos, amen, oren y testimonien mi presencia a todos los que están lejos.
El “testimonio de la vida y la palabra” se cita como una de las formas de la participación de los fieles laicos en la misión profética de Cristo. Como efecto de la Confirmación, el Espíritu Santo concede “una fuerza especial para dar testimonio de la fe cristiana”[Compendio del Catecismo 53]. El cristiano debe dar testimonio de la verdad en todos los campos de su actividad pública y privada, hasta el sacrificio de la propia vida (martirio), si fuera necesario.
La presencia de la Reina de la Paz, en Medjugorje y en nuestros corazones, debe producir un acercamiento tan intenso al Señor, puesto que al ser consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, estamos maravillosamente llamados y preparados para producir siempre los frutos más abundantes del Espíritu. Dice el Catecismo (nº 901) que en todas nuestras obras, oraciones, tareas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el trabajo diario, el descanso espiritual y corporal, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida, si se llevan con paciencia, todo ello se convierte en sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo (cf 1P 2, 5), que ellos ofrecen con toda piedad a Dios Padre en la celebración de la Eucaristía uniéndolos a la ofrenda del cuerpo del Señor.
De esa manera nuestro ejemplo se transforma en un verdadero ministerio de acercamiento de los corazones desamparados a la ternura y cercanía maternal y purificadora de nuestra Madre. Ella, en virtud del autentico y pleno amor del Espíritu, que inunda su Corazón Inmaculado, remedia la ceguera de nuestros ojos, y nos ayuda a reconocer el vínculo realmente justo y necesario de las almas con su Hijo Jesucristo. Ese vínculo es “la gracia”, que es una participación gratuita de la vida sobrenatural de Dios.
María, con amor de Madre, jamas renuncia a nosotros. Y nosotros, como niños, la abrazamos con el amor que Ella se merece, cuando llevamos en nuestro interior a su Hijo, por medio de aquella presencia con que fue inundada desde su Concepción Inmaculada (Lc. 1, 28).
Estamos ante una cercana petición de un Corazón Maternal que anhela para sus hijos: “acercar los corazones que están lejos de Dios y de Su gracia.”
Quién ama el Corazón de la Madre, busca los caminos de la humildad, como Ella (Lc. 1, 48), haciéndose pequeño, para que resplandezca solo la ternura de la Sierva del Señor, acercándose a los corazones que están lejos.
La Gospa nos ha llamado por compasión, por ternura y por generosidad. Y para renovar los frutos de la gracia, de haber escuchado su llamado, nos regala para nuestro bien una misión, y, nos conduce con su bendición: “Yo estoy con ustedes e intercedo por cada uno de ustedes para que, con amor y valentía, testimonien y animen a todos aquellos que están lejos de mi Corazón Inmaculado.”
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