"Quien ayuna no teme el mal"
San Mateo 9,14-15.
Se acercaron a Jesús los discípulos de Juan y le dijeron: «¿Por qué tus discípulos no ayunan, como lo hacemos nosotros y los fariseos?».
Jesús les respondió: «¿Acaso los amigos del esposo pueden estar tristes mientras el esposo está con ellos? Llegará el momento en que el esposo les será quitado, y entonces ayunarán.
La misma pregunta de los discípulos de Juan contiene en sí la respuesta. San Juan Bautista ayunaba en actitud de conversión y de continua disposición al advenimiento del Mesías y de la Redención: “Preparad el camino al Señor…” (Isaias 40, 3). Por lo tanto, el hecho de que los discípulos de Cristo no ayunaran era una manera de dar un signo a los fieles de Israel de la presencia, en medio de ellos, del mismo Redentor y del Reino de Dios.
¿Y qué significa Reino de Dios?: “Ciertamente no indica un reino terreno, delimitado en el espacio y en el tiempo, sino que anuncia que Dios reina, que Dios es el Señor y que su señorío está presente, es actual, se está realizando.” (Benedicto XVI, 27 de Enero, 2008)
Existen otros “señoríos” en nuestro interior, otros ídolos, como el “Barrabás” de nuestro temperamento precipitado, el “Herodes” de nuestra ambición y superficialidad, o el “Judas” de nuestros pecados, que siguen vendiendo al Señor, a cambio de las monedas del placer, la comodidad y la arrogancia. Eso significa que, al igual que los discípulos de Juan, no reconocemos aún plenamente al Señor como Rey y Redentor de nuestras vidas, de nuestros criterios, anhelos y afectos.
Dice San Bernardo Abad: “¿Por qué los miembros no seguirán a su Cabeza? (Col 1,18). Si de esta Cabeza hemos recibido los bienes ¿por qué no vamos a soportar los males? ¿Queremos rechazar su tristeza y comulgar con sus gozos? Si es así nos mostramos indignos de formar parte de esta Cabeza. Porque todo lo que él ha sufrido ha sido por nosotros. Si nos repugna colaborar a la obra de nuestra salvación ¿en qué vamos a demostrar que queremos ayudarle? Ayunar con Cristo es realmente poco para quien debe sentarse con él a la mesa del Padre. Dichoso el miembro que se habrá adherido en todo a esta Cabeza y le habrá seguido dondequiera que vaya (Ap 14,4).”
Persiste, al interior de nosotros, una batalla entre la doctrina de Cristo, que decimos abrazar, y nuestras acciones, tendencias y pensamientos: "De hecho no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero." (Romanos 7, 19)
Para nuestra paz interior, para un adecuado discernimiento y un comportamiento iluminado por el Señor, necesitamos de la gracia del ayuno, de los impulsos del Espíritu Santo, para aprovechar los sacrificios, y de una modestia interior para valorar, recomendar y acompañar los consejos de la Reina de la Paz, que son caminos que nos acercan, más fácilmente, al auténtico gozo del Reino de Dios, que es íntegro y desde la profundidad del corazón:
Mensaje, 25 de enero de 2001
“¡Queridos hijos! Hoy los invito a renovar la oración y el ayuno, aún con mayor entusiasmo, hasta que la oración se convierta en alegría para ustedes. Hijitos, quien ora no teme el futuro, y quien ayuna no teme el mal. Les repito una vez más: únicamente con la oración y el ayuno pueden también detenerse las guerras; las guerras de vuestra incredulidad y de vuestro miedo por el futuro. Estoy con ustedes y les enseño hijitos: en Dios está vuestra paz y vuestra esperanza. Por eso acérquense a Dios y pónganlo en el primer lugar de vuestra vida. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado! ”
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