TU CUERPO Y TU SANGRE




Una vez más estamos aquí amadísimo Redentor Jesús, nuestro Señor presente, en el Santo Sacrificio del altar. Una vez más escuchando y repitiendo tus palabras y signos, con los que nos nutres, iluminas y fortaleces, por que viendo lo frágiles que somos, por nuestros pecados y la débil condiciones humana, tu buscas el modo sembrar en nuestras almas el germen de los hijos adoptivos de Dios y templos vivos del Espíritu Santo, derramando  en nosotros los frutos y méritos de tu Sangre Divina y Redentora, que restaura las heridas de nuestros pecados y nos eleva en el  gozo de la caridad, que nos inflama e impulsa en el  ardor de tu amor.

 TAN SOLO AL CONTEMPLAR EL MISTERIO DE QUE SIENDO DIOS TE EMPEQUEÑECES HACIENDO HOMBRE, ASEMEJÁNDOTE EN TODO MENOS EL EN EL PECADO,  NOS CONMUEVE Y SORPRENDE. CUANTO MÁS NOS CONMUEVE QUE   VERDADERO DIOS Y VERDADERO HOMBRE, VERBO ENCARNADO, TE ABAJAS HACIENDOTE SUSTENTO DIVINO, CONVIRTIENDO EL PAN Y EL VINO EUCARÍSTICO EN TU CUERPO Y ALMA, HUMANIDAD Y DIVINIDAD.

En este convite resplandece primeramente tu maravillosa suavidad y dulzura Cristo, en haber querido asentarse a la mesa de nuestras vidas y existencias, mesa de almas débiles, de  pobres pecadores, tibios y necios, que por nuestra desidia, soberbia y vanidad tantas veces te hemos negado.  Te has sentado en la mesa esa en la que también se sienta el traidor que  ha vendido, y has querido comer el mismo plato de quien te niegan o abandonan, haciendo de esta mesa el altar del sacrificio y del holocausto, sacramento del don redentor y único que glorifica verdaderamente al Padre.


 Si, lo vemos y reconocemos, no con los frágiles ojos de la carne, sino con los certeros y auténticos  ojos del alma…
¡Vemos tu Cuerpo!, en la Santa Hostia que ya no es pan, sino tu Cuerpo Sacrosanto. 
¡Vemos tu Sangre, que brota de tu Corazón traspasado, herido, y abierto por amor. ! Ya no es vino, aunque conserve los accidentes sensibles, sino la bebida de la Salvación.
Y resplandece en Tí Señor una “escandalosa” humildad, cuando Tú que eres el Rey de la gloria te levantaste de la mesa, y ceñido con un lienzo, como un siervo, echas agua en un lavabo, y postrado en tierra, comienzas  a lavar los pies de los discí­pulos, sin excluir de ellos ni al mismo Judas que te habí­a vendido. 

Tus gestos y palabras son los únicos que nos enseñan, de modo auténtico, lo que es el verdadero amor.
 Tu Madre Santísima nos dice:  “Mi Hijo os ha mostrado el camino, Él, que se ha encarnado y ha hecho de mí el primer cáliz, Él, que con su supremo Sacrificio os ha mostrado cómo se debe amar.” (2 de Abril, 2017)
Por eso una vez más estamos contigo Señor, ante este don de Caridad, compasión y amor, pero viviéndolo bajo la eficaz acción del Espíritu Santo, en la intensidad de Fe y de gracia que te permitimos darnos. 
Pero hoy de modo particular te queremos suplicar, amadísimo Redentor, que nos concedas nuestra autentica conversión, por que si no somos otros Cristos, resplandecientes  de caridad, es por nuestra soberbia que no se deja aniquilar ante tu humildad; y nuestra arrogancia no permite que la fuerza de tu sacrificio,  destruya las cadenas de nuestras vanidades. Sino somos antorchas del amor verdadero es por querer permanecer fríos y distantes del Horno inflamado de misericordia y compasión, que es tu Sagrario y la Comunión frecuente.

 Amadísimo Redentor de nuestras almas, es imperante en esta hora de Getsemaní que vive la Iglesia y la tormenta de violencia   contra la vida humana que promueve la Sociedad, nos libres de la  tentación de quedarnos dormidos, en la comodidad de nuestras pasiones, en el egoísmo de nuestros caprichos, en las aspiraciones de nuestro orgullo. Cuanto mal nos hace nuestro pecado, que no solo pone en riesgo nuestra salvación y nos adormece en la idolatría del propio yo, en la búsqueda de complacencias, de reconocimientos, de protagonismos que nos conduce a la soledad, a la angustia, el juicio temerario y la infernal murmuración, sino que también, nuestros pecados,  matan continuamente la unión de la familia, la armonía del matrimonio, la santidad de los monasterios, la virtud de los conventos, la lucidez de las universidades, la rectitud de los tribunales, el impulso apostólico de las Diócesis, el bien común de los estados. Nos dice la Reina de la Paz: 
“Queridos hijos, el Padre no os ha dejado a merced vuestra. Su amor es inmenso, amor que me conduce a vosotros para ayudaros a conocerlo, para que todos, por medio de mi Hijo, podáis llamarlo con todo el corazón, “Padre” y para que podáis ser un pueblo en la familia de Dios. Pero, hijos míos, no olvidéis que no estáis en este mundo sólo por vosotros mismos, y que yo no os llamo aquí sólo por vosotros. Aquellos que siguen a mi Hijo, piensan en el hermano en Cristo como en ellos mismos y no conocen el egoísmo. Por eso, yo deseo que vosotros seáis la luz de mi Hijo, que iluminéis el camino a todos aquellos que no han conocido al Padre ―a todos aquellos que deambulan en la tiniebla del pecado, de la desesperación, del dolor y de la soledad―, y que con vuestra vida les mostréis a ellos el amor de Dios. ¡Yo estoy con vosotros! Si abrís vuestros corazones os guiaré. Os invito de nuevo: ¡orad por vuestros pastores! ¡Os lo agradezco! ”  (2 de Noviembre del 2011)

 Concédenos Señor, en esta hora de Getsemaní, de tribunales inicuos, de acotes y espinas, de burlas y humillaciones, de camino de Cruz, de clavos e insultos, velar, permanecer y padecer contigo, buscando solamente poder amarte como mereces ser amado, puesto que Tu amor misericordioso es más evidente que  el poder de nuestros pecados y los engaños de las tinieblas.


Oh María, Madre de todas las madres, Madre del Sacerdocio y de la Eucaristía, de la Iglesia y todo camino de santidad, que tus lágrimas me conmuevan, el dolor de tu Inmaculado Corazón herido me conmuevan, pero sobre todo que tu amor maternal nos haga dóciles a tu escuela de santidad, en el camino de Medjugorje, que es camino de la Iglesia y camino de pascua. Amén.



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