Mi corazón sufre, mi Corazón triunfará


Mi corazón sufre, mi Corazón triunfará


Mensaje del 2 de Julio del 2018
“Queridos hijos, os doy las gracias porque respondéis a mis llamadas y porque os reunís en torno a mí, vuestra Madre Celestial. Sé que pensáis en mí con amor y esperanza, y yo también siento amor hacia todos vosotros, como también lo siente mi amadísimo Hijo que, en su amor misericordioso, siempre y de nuevo me envía a vosotros. Él, que se hizo hombre, que era y es Dios -Uno y Trino- ; Él, que por vuestra causa ha sufrido en el cuerpo y en el alma. Él, que se ha hecho Pan para nutrir vuestras almas, y así salvarlas. Hijos míos, os enseño cómo ser dignos de su amor, a dirigir a Él vuestros pensamientos, a vivir a mi Hijo. Apóstoles de mi amor, os envuelvo con mi manto porque, como Madre, deseo protegeros. Os pido: orad por todo el mundo. Mi Corazón sufre, los pecados se multiplican, son demasiado numerosos. Pero con vuestra ayuda, que sois humildes, modestos, llenos de amor, ocultos y santos, mi Corazón triunfará. Amad a mi Hijo por encima de todo y a todo el mundo por medio de Él. No olvidéis nunca que cada hermano vuestro lleva en sí algo precioso: el alma. Por eso, hijos míos, amad a todos aquellos que no conocen a mi Hijo para que, por medio de la oración y del amor que proviene de esta, puedan ser mejores; para que la bondad en ellos pueda vencer, para que las almas se salven y tengan vida eterna. Apóstoles míos, hijos míos, mi Hijo os ha dicho que os améis los unos a los otros. Que esto esté escrito en vuestros corazones y con la oración procuréis vivir ese amor. Os doy las gracias”.



“Mi Corazón sufre”
El sufrimiento del Corazón de María es anterior al del horror de la cruz.  Lo abrazó ya, como enseña San Juan Pablo II, cuando  con plena disponibilidad acogió la voz del ángel Gabriel, que le anunciaba que sería la madre del Redentor, y comenzó a tomar parte del dolor Redentor. “Su participación en el sacrificio de su Hijo, revelado por Simeón durante la presentación en el templo, prosigue no sólo en el episodio de Jesús perdido y hallado a la edad de doce años, sino también durante toda su vida pública”. Por la profunda unión de sus corazones, María «mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz» (Lumen gentium, 58).
Pero el Gólgota abraza el dolor de la pasión hasta nuestros días: por los pecados del mundo, por  llagas producidas en el Cuerpo Místico, por quienes en su vida, por el error y el pecado han apagado la vida de la gracia y desprecian a Dios, o son arrastrados por falsos encantos entre los enemigos de Dios.
Es un sufrimiento por cuantos rechazan el amor de Dios, por la humanidad oprimida, por poderes corruptos y por los que no rezan, o están obstinados y cerrados para no escuchar la voz del Señor.
Nuestro Señor dijo a la Hna. Lucía en sus apariciones en Pontevedra: «Mira el Corazón de tu Madre rodeado de espinas por todas las ofensas e injurias con que se le hiere. Al menos tú, procura consolarle.
Este camino de consolación y reparación, es un camino de gracia y santidad, de oración y caridad. Solo en el Corazón de María aprendemos a caminar por esa senda.


“Os enseño cómo ser dignos de su amor, a dirigir a Él vuestros pensamientos, a vivir a mi Hijo.” 
Lo que no ha quedado grabado en nuestro entendimiento, lo que no se ha transformado en hábito virtuoso en la voluntad, lo escribe con la maternal ternura y sobrenatural y sencillo ejemplo, la Madre Santísima en nuestro corazón. No hay mayor argumento para inclinarse ante la verdad, que el hecho de que la Verdad misma, se haya transformado en testamento del amor, para abrazarnos y  transformarnos, desde el interior,  por los principios del Evangelio, que no solo son letra y predicación, sino que es Vida, Camino y Persona.
 Se trata del Verbo, “que se hizo hombre, que era y es Dios -Uno y Trino- ; Él, que por vuestra causa ha sufrido en el cuerpo y en el alma”, y se constituye como alimento y testimonio, inmolándose y haciéndose “Don”, sustento y ofrenda de redención, para la gloria Divina y redención de la humanidad.
 Él, se ha hecho Pan para nutrir  y salvar nuestras almas, dejándose cautivar de amor inextinguible por ellas,  al contemplarse a Sí mismo, en la semejanza Él mismo les  otorgó, ya que sólo el hombre está llamado a participar, por el conocimiento y el amor, en la vida de Dios.


“Humildes, modestos, llenos de amor, ocultos y santos”
La humildad es una disposición necesaria para recibir gratuitamente el don de la oración: el hombre es un mendigo de Dios (San Agustín, Sermón 56, 6, 9), y en la oración experimenta y expresa el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Es la oración del pecador perdonado, que consiente en acoger el amor con el que es amado y que quiere responder a él, amando más todavía (cf Lc 7, 36-50; 19, 1-10).
 Solo el corazón humilde puede transformar su amor en oración y su oración en obras de misericordia.   De esa manera todo queda escrito en los corazones y con la oración se procura vivir ese amor, porque la verdadera caridad procede de un corazón bueno, de una conciencia limpia y de una fe sin fingimiento. (1 Tim 1,5)


“Mi Corazón triunfará”
No hay omnipotencia más absoluta que la humildad de Dios, ni fuerza y grandeza más poderosa que la pureza y sencillez del corazón. Y es en el Corazón de María, la sede de la Sabiduría y el Sagrario viviente del Señor, donde las almas de los bienaventurados comprenden e aprenden la doctrina y la vida de conversión, esperanza y santidad, capaz de aplastar el pecado y enaltecer la bondad y el amor de Dios.





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