Homilía de Mons. Henryk Hoser
en Medjugorje
Comentario del Padre Francisco Verar
Santa Misa de toma de posesión del cargo de Visitador Apostólico permanente para la Parroquia de Medjugorje
Su Excelencia Mons. Nuncio Apostólico en Bosnia Herzegovina,
Su Excelencia Obispo de la Diócesis de Alessandría en Italia,
Reverendo Padre Provincial,
Queridos sacerdotes,
Queridas personas de vida consagrada,
Queridos feligreses de la Parroquia de Medjugorje,
Queridos peregrinos,
Hermanos y hermanas,
El Señor dice: “¡Ay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos!”[1] El Santo Padre, Pastor Universal de la Iglesia, toma las palabras mencionadas por el profeta como las suyas. Nos envía allí donde la gente está y vive, allí donde los feligreses se reúnen buscando la luz de la salvación.
Hoy el Señor nos da un ejemplo magnífico, y el ejemplo para los misioneros. Al desembarcar Jesús vio a una multitud y sintió compasión por ellos porque andaban como ovejas sin pastor, y se puso a enseñarles con calma.
El Santo Padre envía a los apóstoles y a los misioneros a todo el mundo según el mandamiento de Cristo: “Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y estén seguros que yo estaré con ustedes día tras día, hasta el fin del mundo”[2].
Reunidos en la Santa Misa dominical seamos sensibles a las palabras de San Pablo, apóstol de los gentiles. Él dijo: “Mas ahora, en Cristo Jesús, ustedes, los que en otro tiempo estaban lejos, han llegado a estar cerca por la sangre de Cristo”[3] y “vino a anunciar la paz: paz a ustedes que estaban lejos, y paz a los que estaban cerca”[4].
En Medjugorje los peregrinos vienen de lugares lejanos: aproximadamente ochenta países del mundo. La lejanía, la distancia, presenta el espacio medido en los kilómetros recorridos. Para recorrer esos kilómetros hace falta una motivación fuerte y determinada. También hay que disponer los medios de transporte, que son importantes, para realizar esos viajes.
Pero, la palabra “lejanía” significa una cosa más: es también una situación existencial de muchos que se han alejado de Dios, de Cristo, de Su Iglesia y de la luz que da sentido a la vida, que la orienta y le da una meta digna. Esa es la vida que vale la pena vivir.
Ahora podemos entender mejor porqué el Santo Padre ha enviado un Visitador Apostólico a Medjugorje. El cuidado pastoral exige asegurar un acompañamiento estable y continuo de la comunidad parroquial de Medjugorje y de los fieles que vienen en peregrinación.
Esta misión se ocupa igual, no solamente de aquellos que están lejos, sino también de aquellos que están cerca. Se ocupa de ellos en un sentido doble: cerca, porque por generaciones viven en este lugar; cerca porque son parroquianos de Medjugorje, cerca porque son testigos de tantos acontecimientos en esta zona en los últimos 37 años. En otro sentido, están cerca también todos los que viven una fe ferviente y calurosa, que desean estar en contacto íntimo y agradecido con el Señor resucitado y misericordioso.
Hagamos ahora la pregunta fundamental: ¿por qué tantas personas cada año vienen a Medjugorje?
La respuesta que se impone es esta: vienen a encontrarse con alguien, para encontrarse con Dios, encontrarse con Cristo, encontrar a Su Madre. Y luego, para descubrir el camino que conduce a la felicidad de vivir en la casa del Padre y de la Madre; y finalmente para descubrir el camino de María como el camino más seguro. Es el camino del culto a María que a lo largo de los años se ha desarrollado aquí, es decir, “aquel culto sagrado donde confluyen el culmen de la sabiduría y el vértice de la religión y que por lo mismo constituye un deber primario del pueblo de Dios”[5].
Verdaderamente se trata de un culto cristocéntrico, “porque en Cristo tiene su origen y eficacia, en Cristo halla plena expresión y por medio de Cristo conduce en el Espíritu al Padre”[6] decía el Santo Padre Pablo VI.
El Concilio Vaticano II enfatiza con fuerza que “las diversas formas de piedad hacia la Madre de Dios, aprobadas por la Iglesia dentro de los límites de la doctrina sana y ortodoxa se desarrollan en armónica subordinación al culto a Cristo y gravitan en torno a él como su natural y necesario punto de referencia.”[7]
Luego –decía Pablo VI en Marialis Cultus- “no será inútil volver para disipar dudas y, sobre todo, para favorecer el desarrollo de aquella devoción a la Virgen que en la Iglesia ahonda sus motivaciones en la Palabra de Dios y se practica en el Espíritu de Cristo.”[8]
Tal es la devoción popular en Medjugorje: en el centro la Santa Misa, la adoración del Santísimo Sacramento del altar, una frecuencia masiva del Sacramento de la Penitencia, acompañada de otras formas de piedad: el Rosario y el Vía Crucis que hacen que las piedras ásperas se vuelvan lisas.
Los peregrinos consagran su tiempo para estar presentes en el espacio de Medjugorje. En este sentido, el Santo Papa Juan Pablo II dijo “como el tiempo puede estar acompasado por kairoi, momentos especiales de gracia, el espacio pueda estar marcado análogamente por particulares intervenciones salvíficas de Dios. Por lo demás, esta es una intuición presente en todas las religiones, en las cuales no solamente hay tiempos sagrados, sino también lugares sagrados, en donde puede experimentarse el encuentro con lo divino más intensamente de lo que sucede habitualmente en la inmensidad del cosmos”[9].
Medjugorje nos ofrece el tiempo y el espacio de la gracia divina por la intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia, venerada aquí con el apelativo de ‘Reina de la Paz’. Esta advocación es bien conocida por las Letanía Lauretanas.
Es verdad, el mundo tiene tanta necesidad de paz: la paz en el propio corazón, la paz en la familia, la paz en la sociedad y la paz internacional, tan deseada por todos, especialmente por los ciudadanos de esta tierra, tan probados por la guerra de los Balcanes.
Promover la paz significa: construir una civilización basada en el amor, en la comunión, en la fraternidad, en la justicia y, por lo tanto, en la paz y la libertad. Que la Virgen, Madre del Príncipe de la Paz anunciado por los profetas sea nuestra Protectora, nuestra Reina, nuestra Madre. Amén.
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[1] Jr 23,1
[2] Mt 28,19-20
[3] Ef 2,13
[4] Ef 2,17
[5] Pablo VI. Marialis cultus, Introducción
[6] Pablo VI. Marialis cultus, Introducción
[7] Cf. Concilio Vaticano II, Lumen Gentium, 66
[8] Pablo VI. Marialis cultus, Introducción
[9] San Juan Pablo II. Carta sobre la peregrinación a los lugares vinculados con la historia de la salvación, 2. Año 1999
Fuentes: Centro Medjugorje
TV Aldea de María
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