La Espiritualidad Católica y la Espiritualidad de Medjugorje
Se puede analizar en teología, por ejemplo, la oración, la dogmática para estudiar su posibilidad y naturaleza, desde la moral su conveniencia, pero será la teología espiritual la que considere y describa la dinámica perfectiva espiritual de la vida cristiana, las fases, desarrollo, las connotaciones psicológicas , y los métodos para ejercitarse en ella.
Entonces la Espiritualidad Católica o la teología espiritual se deduce no solo de los principios doctrinales -Biblia, magisterio, teología especulativa-, sino que también de los datos experimentales atesorados por las generaciones cristianas, y muy especialmente por los santos -hagiografía-. En efecto, los santos de Cristo son testigos sumamente fidedignos del verdadero «camino del Señor» (Hch 18,25), y nos indican por dónde va y cómo hay que andarlo. Si queremos, pues, conocer cómo obra normalmente el Espíritu Santo en los cristianos, estudiemos con atención las vidas y escritos de los santos, pues ellos fueron hombres perfectamente dóciles a la acción divina de la gracia.
Creación - Pecado
Revelación - Re Creación
Fuentes de la Fe Católica
La Revelación de Dios
¿Cómo nos llega a nosotros la Revelación de Dios al cabo de los siglos? La respuesta es: «A través de la Tradición apostólica», que el CIC explica en los nn. 75-79. Esa transmisión se realizó de dos maneras:
─ oralmente, de palabra, contando lo que hizo y dijo el Señor;
─ y por escrito. Como afirma la Dei Verbum, n. 7, la constitución del Concilio Vaticano II sobre la divina Revelación, «los mismos apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo».
La Revelación y la Tradición Apostólica.
La Sagrada Tradición y la Sagrada Escritura, que testifican y transmiten la Revelación de Dios en su Hijo. Ambas «están íntimamente unidas y compenetradas, porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin» (DV 9):
─ «La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo».
─ «La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación».
Y el “Magisterio de la Iglesia”, encargado de interpretar auténticamente la Palabra de Dios. Una exposición más detenida de ambos puntos en CIC nn. 84-116.
Sagrada Escritura - Sagrada Tradición -
Magisterios de la Iglesia
4 hilos para tejer la vida espiritual
Lo que debemos Creer: Credo
Lo que debemos celebrar: Sacramentos
Lo que debemos Vivir: Mandamiento de Dios, de la Iglesia, (Obras de Misericordia y Bienaventuranzas)
Lo que debemos rezar: Vida de Oración - familiar o comunitaria - personal
¿artesano - base?
Teología Dogmática es la disciplina teológica que saca su doctrina de la revelación, y que la elabora a la luz de la fe y bajo la dirección del Magisterio. El Dogma, el Catecismo, la enseñanza pontifica (Encíclicas, Cartas Apostólicas, etc.), Concilios, etc.
La Teología Moral parte de la Teología Dogmática que tiene por objeto la vocación del hombre en Cristo y las obligaciones que se derivan de ella; por lo tanto, la luz primera de la Teología Moral no es la razón, sino la fuente siempre fecunda de la Palabra de Dios, y la fe por medio de la cual nos adherimos al misterio de Cristo y al de nuestra salvación. La Teología Moral es una reflexión metódica sobre el misterio de nuestra vocación en Cristo y la repercusión de este misterio en nuestra vida moral de cada día, iluminando la acción humana en todas sus dimensiones.
La Teología Espiritual es la disciplina teológica fundada en los principios de la revelación, y en la experiencia de la Iglesia y de los santos, que estudia el desarrollo de la conducta humana interna y externa, no limitándose a la repercusión moral y ética (pecado y gracia) sino su desarrollo bajó la moción del Espíritu Santo, de modo que desde la base de lo que se Cree (Fe-Revelación), se celebra (los sacramentos), se vive (mandamientos) y se reza (oración), se desarrolla la configuración cristiana ("ya no soy yo, sino Cristo quien vive en mí" Gálatas 2, 20) sumergiéndose por la vida sobrenatural, la vida de la gracia o vida interior, en el misterio trinitario ("Te basta Mi gracia" 2 Corintios 12, 9); reconociendo su organización, leyes, progreso y proceso de crecimiento que conduce al alma, desde los comienzos de la vida cristiana hasta la cima de la perfección.
La Teología Espiritual es una disciplina teológica porque trata del Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, en cuanto fuente, ejemplo y término de la vida espiritual, y trata también del hombre que participa de ella. Al ser el hombre el objeto material de esta disciplina, toda contribución de las ciencias humanas a un mejor conocimiento del hombre puede serle útil. Esta disciplina teológica considera al hombre en su condición histórica de pecador salvado, de criatura llamada a un destino sobrenatural, que tiene su historia personal, pero que también está incorporado a la comunidad humana y eclesial.
– Naturaleza
Recordemos en primer lugar que la teología es una, es decir, es una ciencia, y como tal tiene una unidad formal (STh II-II,1,1). Al lado de la cristología, la gracia, la eclesiología y los demás tratados dogmáticos o morales, la teología espiritual es una parte más del árbol único de la teología. Podemos definir, pues, la teología espiritual como una parte de la teología, que estudia el dinamismo de la vida sobrenatural cristiana, con especial atención a su desarrollo perfectivo y a sus connotaciones psicológicas y metodológicas.
Al estudiar en teología, por ejemplo, la oración, la dogmática estudiará su posibilidad y naturaleza, la moral su conveniencia y necesidad, pero será la teología espiritual la que considere y describa la dinámica propia de la oración cristiana, las fases típicas de su desarrollo, las connotaciones psicológicas de la misma, y los métodos para ejercitarse en ella.
– Principios doctrinales y datos experimentales
Según esto, la teología espiritual se deduce no solo de los principios doctrinales –Biblia, Tradición, Magisterio, teología especulativa–, sino también de los datos experimentales atesorados por las generaciones cristianas, y muy especialmente por los santos –hagiografía–. En efecto, los santos de Cristo son testigos sumamente fidedignos del verdadero «camino del Señor» (Hch 18,25), y nos indican por dónde va y cómo hay que andarlo. Si queremos, pues, conocer cómo obra normalmente el Espíritu Santo en los cristianos, estudiemos con atención las vidas y escritos de los santos, pues ellos fueron hombres perfectamente dóciles a la acción divina de la gracia.
Ahora bien, ¿en la teología espiritual deben prevalecer los principios doctrinales o los datos experimentales?
Es evidente que la espiritualidad siempre debe considerar juntamente doctrina teológica y experiencia cristiana. Si la teología espiritual optara por la experiencia, dejando un tanto de lado la doctrina teológica, quedaría reducida a un fideismo experiencial sujeto a las modas cambiantes y a los subjetivismos personales arbitrarios; es decir, quedaría sujeta al error. La verdadera espiritualidad cristiana cuida bien de integrar el ontologismo de las ideas con el psicologismo de la experiencia, y concede siempre el primado a los principios doctrinales.
Así procedieron los grandes maestros espirituales, como Santa Teresa de Jesús; ella en las cosas espirituales daba a la experiencia una gran importancia: «No diré cosa que no la haya experimentado mucho» (Vida 18,7 +Camino, prólogo 3). Pero valoraba también mucho el saber teológico, y no acababa de dar crédito a la experiencia –ni siquiera a la suya propia–, en tanto no se viera autorizada por la doctrina. «No hacía cosa que no fuese con parecer de letrados» (Vida 36,5). Y decía: «Es gran cosa letras, porque éstas nos enseñan a los que poco sabemos y nos dan luz, y allegados a verdades de la Sagrada Escritura hacemos lo que debemos; de devociones a bobas líbrenos Dios» (13,16).
Espiritualidad cristiana verdadera es por tanto aquella que está promovida en la Iglesia por el Espíritu Santo, y que en la práctica hace santos a quienes la siguen.
Camino cierto de perfección cristiana es aquel que de hecho conduce a ser perfecto como el Padre celestial es perfecto. Por el contrario, son falsas aquellas espiritualidades que no conducen a la perfecta santidad, sino que producen confusión, mediocridad, dudas, cansancio, amargura, egoísmo, infecundidad apostólica. «Todo árbol bueno da buenos frutos, y todo árbol malo da frutos malos. Por los frutos, pues, los conoceréis» (Mt 7,17.20).
– Errores y peligros
La ignorancia de la verdadera espiritualidad cristiana es muy frecuente, y da frutos pésimos. Abunda sobre todo porque quienes la ignoran suelen creer que la conocen.
La ignorancia en temas de ascética y mística con frecuencia no se reconoce. Laicos y sacerdotes, llegado el caso, reconocen sin dificultad que no conocen bien la exégesis bíblica, o ciertas cuestiones dogmáticas, morales, históricas, litúrgicas o canónicas. Y si es necesario, consultan los libros o acuden a los expertos.
Sin embargo, cuando surge una cuestión de espiritualidad la mayoría suele confiar en su propio criterio, como si siempre tuviera acerca de ella ciencia o experiencia, lo que muchas veces no es cierto. Se suele dar por supuesto que la conciencia está siempre bien formada, y sabe muy bien discernir lo bueno y lo malo.
«Conozco bien la doctrina cristiana, y distingo la verdad de la mentira, el bien de el mal. Lo que me falla es la voluntad»… La voluntad, desde luego, le falla a quien así habla (Rom 7,14-25); pero aún más y antes le falla el pensamiento. Ahí esta el engaño:
Los que ignoran los caminos del Señor y creen que los conocen, no creen que la verdad está en Dios y en su enviado Jesucristo, sino en sus propias mentes. Atribuyen normalmente sus males y flaquezas a la voluntad, sin sospechar que muchas veces obran mal porque la ignorancia o el error les tiene ciegos. Hay en esto sin duda un desprecio del conocimiento y de la verdad. Ignoran que el camino de la salvación comienza en una meta-noia, en una transformación de la mente. El principio de la santidad es una luz que «el Padre de las luces» (Sant 1,17) envía de lo alto por su Hijo Jesucristo, «para iluminar a los que están sentados en tinieblas y sombras de muerte, para enderezar nuestros pies por el camino de la paz» (Lc 1,19). Por eso no ponen ningún empeño en estudiar las Escrituras y los buenos libros o consultar a buenos guías espirituales.
Prefieren no detenerse a pensar, y seguir, aunque sea malamente, seguir caminando hacia adelante. Pero ¿van adelante?… Estos son los que corren «como a la ventura» y luchan –si es que luchan– en su vida espiritual «como quien azota el aire» (1Cor 9,26).
La doctrina falsa o mediocre es frecuente en temas espirituales, probablemente más que en otros campos de la teología. Ya he indicado que, por varias razones, es ésta una ciencia difícil. Y para el hombre viejo, el de Adán, no es fácil conocer bien lo que es difícil...
La Espiritualidad trata de cómo el Espíritu Santo actúa normalmente sobre los cristianos. Ahora bien, así como en todos ellos hay algo común -la naturaleza- y hay ciertas variedades -diferencias de sexo, temperamento, educación, época, etc.-, así podemos distinguir en la acción del Espíritu divino que reciben los cristianos una espiritualidad común y varias espiritualidades peculiares.
-La espiritualidad cristiana es una sola si consideramos su substancia, la santidad, la participación en la vida divina trinitaria, así como los medios fundamentales para crecer en ella: oración, liturgia, abnegación, ejercicio de las virtudes todas bajo el imperio de la caridad. En este sentido, como dice el concilio Vaticano II, «una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida y ocupaciones, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios» (LG 41a). «Todos los fieles, de cualquier estado y condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad» (40b). Y en el cielo, una misma será la santidad de todos los bienaventurados, aunque habrá grados diversos.
-Las modalidades de la santidad son múltiples, y por tanto las espiritualidades diversas, pero las fuentes, fuentes, pilares y potencias son las mismas. Podemos distinguir espiritualidades de época -primitiva, patrística, medieval, etc.-, de estados de vida -laical, sacerdotal, religiosa; es la diversidad que tiene más importante fundamento-, según las dedicaciones principales -contemplativa, misionera, familiar, asistencial, etc.-, o según características de escuela -benedictina, franciscana, ignaciana, etc.-
La infinita riqueza del Creador se manifiesta en la variedad inmensa de criaturas: no diez o cien, sino miles y miles de especies de plantas, de animales, de peces... También las infinitas riquezas del Redentor se expresan en esas innumerables modalidades de vida evangélica. El cristiano, sin una espiritualidad concreta, podría encontrarse dentro del ámbito inmenso de la espiritualidad católica como a la intemperie. Cuando por don de Dios encuentra una espiritualidad que le es adecuada, halla una casa espiritual donde vivir, halla un camino por el que andar con más facilidad, seguridad y rapidez, halla en fin la compañía estimulante de aquellos hermanos que han sido llamados por Dios a esa misma casa y a ese mismo camino.
Por otra, una tendencia diversificadora acentúa los caracteres peculiares de la espiritualidad propia a los distintos estados de vida, o a tales movimientos y asociaciones. La primera ha logrado aproximar espiritualidades antes quizá demasiado distantes, centrándolas en lo central. La segunda ha estimulado el carisma propio de cada vocación, evitando mimetismos inconvenientes.
((Ciertos radicalismos deben ser indicados en este punto:
-Un exceso unificador lleva en ocasiones a difuminar las espiritualidades particulares, ignorando los diversos carismas, rompiendo tradiciones valiosas, desvirtuando la fisonomía propia de las diversas familias, regiones, escuelas. Así se llega a una espiritualidad exclusiva para adolescentes, o cartujos, o madres de familia, párrocos o jesuitas. Es un empobrecimiento.
-Un exceso diversificador radicaliza hasta la caricatura los perfiles peculiares de una espiritualidad concreta; se apega demasiado a sus propios métodos, en lenguaje, modos y maneras; absolutiza lo accidental y relativiza quizá lo absoluto; pierde armonia evangélica y plenitud de valores. Así se produce un ambiente espiritual cerrado, aislado, con terminología propia, que para unos es muy gratificante, y para otros asfixiante. En tal ambiente, las eventuales iniciativas del Espíritu, si no se ajustan al modelo vigente en esa espiritualidad altamente diversificada y concretada, quedarán silenciosamente sofocadas. Y los integrantes de círculo tan cerrado y peculiar se mostrarán incapaces de colaborar con otros fieles o grupos cristianos, pues éstos son extraños al movimiento, grupo o institución. Es un empobrecimiento)).
.-Sola es universal la Espiritualidad de la Iglesia, que tiene en la sagrada liturgia su principal escuela, abierta a todos los cristianos. Todas las demás espiritualidades acentúan más ciertos valores cristianos y menos otros: una es metódica y reglamentada, otra tiene pocas reglas; una insiste en la oración litúrgica, otra usa más las devociones populares...
San Juan de la Cruz: «A cada uno lleva Dios por diferentes caminos; que apenas se hallará un espíritu que en la mitad del modo que lleva convenga con el modo de otro» (Llama 3,59).
Ninguna espiritualidad o devoción concreta puede presentarse como necesaria para todos los cristianos. Únicamente la Espiritualidad de la Iglesia Católica, y su principal exponente, la liturgia, puede y debe requerir el consenso de todos los fieles católicos.
GRACIA, VIRTUDES Y DONES
La gracia, por obra del Espíritu Santo, es vida sobrehumana, sobrenatural, vida en Cristo, que nos hace hijos del Padre celestial, y participantes de su naturaleza divina. En cuanto hombre y nuevo Adán, Jesucristo está «lleno de gracia y de verdad; y de su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia» (Jn 1,14.16).Tenemos, pues, la gracia si permanecemos en Cristo (Jn 15,1-8; 1Cor 12,12s; Trento 1547: Denz 1524).
La gracia es vida en el Espíritu Santo, «Señor y dador de vida». El Padre celestial, para hacernos «conformes con la imagen de su Hijo» (Rm 8,29), «ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo» (Gál 4,6), para que, guardándonos en su gracia, obre en nosotros por las virtudes y los dones. Por eso, dice el Vaticano II, «la Iglesia cree que Cristo, muerto y resucitado, da al hombre su luz y su fuerza por el Espíritu Santo» (GS 10b).
La gracia es sanante y elevante, nos purifica del pecado y nos hace hijos de Dios, hermanos de Cristo, por el agua y el Espíritu, nuevas criaturas, elevándonos a un nivel de vida ontológicamente nuevo, naciendo de nuevo, nacidos de Dios (Jn 1,12; 3,3-6). Hemos sido hechos así «participantes de la naturaleza divina» (2Pe 1,4). Por eso, «ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados “hijos de Dios", y lo seamos» (1Jn 3,1).
Este don divino produce, pues, en el hombre un cambio cualitativo y ascendente, un paso de la vida meramente natural a la sobrenatural. Implica, por tanto, un cambio no sólo en el obrar, sino antes y también en el ser. El hombre viene a ser por la gracia una «nueva criatura» (2Cor 5,17; Gál 6,15).
El amor de Dios causa el bien en lo que ama. Ahora bien, como explica Santo Tomás, en Dios «hay un amor común [el de la creación], por el que “ama todo lo que existe” (Sab 11,25), y en razón de ese amor da Dios el ser natural a las cosas creadas… Y hay también en él otro amor especial [el de la gracia], por el que levanta la criatura racional por encima de su naturaleza, para que participe en el bien divino» (STh I-II,110,1).
–Las gracias actuales
Mientras que la gracia santificante sana al hombre y lo eleva a participar filialmente de la naturaleza divina, las gracias actuales son auxilios sobrenaturales del Espíritu Santo, que iluminan el entendimiento y mueven la voluntad del hombre. Son, pues, cualidades fluidas y transeúntes causadas por Dios en las potencias humanas, para que obren algo en orden a la vida eterna. «Es Dios quien obra en vosotros el querer y el obrar, según su beneplácito» (Flp 2,13). «Es Dios quien obra todas las cosas en todos» (1Cor 12,6). Él «es poderoso para hacer que copiosamente abundemos más de lo que pedimos o pensamos, en virtud del poder que actúa en nosotros» (Ef 3,20; +Col 1,29).
Podría quizá pensarse que, una vez que la gracia santificante sana al hombre pecador y le eleva a una vida sobrenatural, sería bastante para el desenvolvimiento normal de esta nueva vida que sus potencias, entendimiento y voluntad sobre todo, recibieran el auxilio continuo de las gracias actuales.
Pero quiso Dios que el renacimiento del hombre se hiciera por la gracia, que no es directamente operativa, y por las potencias que de ella fluyen, especialmente la fe y la caridad, infundidas en la razón y voluntad.
Dios no se ha limitado en Cristo a dar al hombre una capacidad de realizar actos semejantes a los propios de la vida divina –como un hombre, amaestrando a su perro, le hace posible realizar ciertos actos, como recoger y traer el periódico, en un acto semejante al acto humano, pero que no lo es–, sino que comunicándole su mismo Espíritu, le ha infundido hábitos operativos de las virtudes y los dones, que fluyen de su gracia en las potencias del hombre, para darle capacidad auténtica de realizar actos sobrenaturales, y consiguientemente le ha capacitado de verdad para entrar en su amistad.
Las virtudes
Las virtudes infusas son como músculos espirituales, que Dios infunde en el hombre, para que éste pueda realizar los actos propios de la vida sobrenatural al «modo humano» –con la ayuda, claro está, de la gracia–.
Las virtudes sobrenaturales son hábitos operativos infundidos por la gracia de Dios en las potencias del alma, que disponen a ésta para obrar según la razón iluminada por la fe y según la voluntad fortalecida por la caridad. Unas son teologales –fe, esperanza y caridad-, y otras son morales –prudencia, fortaleza, justicia y templanza–.
Las virtudes teologales son potencias-facultades operativas por las que el hombre se ordena inmediatamente a Dios, como a su fin último sobrenatural. Dios es en ellas objeto, causa, motivo, fin. Y mientras la fe radica en el entendimiento, la esperanza y la caridad tienen su base natural en la voluntad (STh II-II,4,2; 18,1; 24,1). Las virtudes teologales son el fundamento constante y el vigor de la vida cristiana sobrenatural. Las tres fluyen de la gracia, como fluyen del alma razón, memoria y voluntad.
Las virtudes morales sobrenaturales son hábitos operativos infundidos por Dios en las potencias del hombre, para que todos los actos cuyo objeto no es Dios mismo, se vean iluminados por la fe y movidos por la caridad, de modo que se ordenen siempre a Dios. Estas virtudes morales, por tanto, no tienen por objeto inmediato al mismo Dios (fin), sino al bien honesto (medio), que conduce a Dios y de él procede, pero que es distinto de Dios. Las cuatro virtudes morales son «espíritus» infundidos en las potencias del hombre por obra del Espíritu Santo.
Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales operativos, infundidos por Dios en las potencias del alma (hasta aquí, como las virtudes), para que la persona pueda recibir así con prontitud y facilidad las iluminaciones y mociones del Espíritu Santo (aquí la diferencia específica; +STh I-II,68,4).
La tradición reconoce siete dones del Espíritu Santo, basándose en el texto de Isaías 11,2, que predice la plenitud del Espíritu en el Mesías: «Sobre él reposará el Espíritu de Yavé: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor de Yavé». La versión de la Vulgata cita siete dones, también el espíritu de piedad.
León XIII dice: «El hombre justo, que ya vive de la vida de la gracia y que opera mediante las virtudes, como el alma por sus potencias, tiene ciertamente necesidad de los siete dones, que comúnmente son llamados dones del Espíritu Santo. Mediante estos dones, el espíritu del hombre queda elevado y apto para obedecer con más facilidad y presteza a las inspiraciones e impulsos del Espíritu Santo. Igualmente, estos dones son de tal eficacia, que conducen al hombre al más alto grado de santidad; son tan excelentes, que permanecerán íntegramente en el cielo, aunque en grado más perfecto» (Divinum illud munus 12).
Por su partes el Catecismo de la Iglesia: los dones del Espíritu Santo «completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben» (1831).
Así Santa Teresa, cuando describiendo el crecimiento en la vida de oración (Vida 11-21), lo compara con cuatro modos de regar un campo: 1, sacando con cubos el agua de un pozo; 2, con una noria y arcaduces; 3, trayendo por canales el agua de un río o manantial; y 4, finalmente por la lluvia, el modo más perfecto. Describe, pues, una transición de virtudes a dones, de activo a pasivo, de ascética a mística.
Ascética y Mística
Por la lluvia «se riega muy mejor, que queda más harta la tierra de agua y no se ha menester regar tan a menudo, y es a menos trabajo mucho del hortelano; o con llover mucho, que lo riega el Señor sin trabajo ninguno nuestro, y es muy sin comparación mejor que todo lo que queda dicho» (11,7).
Puede entonces el cristiano decir con toda verdad: «salí del trato y operación humana mía a operación y trato de Dios» (2Noche 4,2). «Lo cual no es otra cosa sino alumbrarle [Dios] el entendimiento con la lumbre sobrenatural, de manera que de entendimiento humano se haga divino, unido con el divino. Y, ni más ni menos, informarle la voluntad de amor divino, de manera que no sea voluntad menos que divina, no amando menos que divinamente, hecha y unida en uno con la divina voluntad y amor. Y la memoria, ni más ni menos. Y también las afecciones y apetitos, todos mudados y vueltos según Dios, divinamente. Y así, esta alma será ya alma del cielo celestial y más divina que humana» (13,11). Todo «por obra del Espíritu Santo», gracias a sus maravillosos dones. (+P. Royo Marín, OP: Teología de la perfección cristiana n. 131).
La ascética, derivado del griego “áskesis” (ἄσκησις), que significa “ejercicio” o “entrenamiento”, es una práctica deliberada de autodisciplina y renuncia a los enemigos del alma: Demonio, Mundo y Carne, renuncia a los placeres mundanos y vicios en todos sus níveles, con el fin de purificar el espíritu y acercarse a Dios. Este “entrenamiento” implica el impulso de la gracia tanto en el querer y en poder , teniendo como respuesta la privación voluntaria de algo que se considera deseable, o la exposición a situaciones que normalmente se evitarían. Es necesario la respuesta de la voluntad sostenida por el auxilio divino, a la verdad que da la razón iluminada por la Fe. La potencialidad humana es impulsada por la potencia divina.
El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin combate espiritual (cf. 2Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las bienaventuranzas: El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce (S. Gregorio de Nisa, hom. in Cant 8).”.
La mística, derivado del griego “myein/mystikós”, que significa “encerrar” o “misterioso”, se refiere a la vida sobrenatural conducida e impulsada directamente por Dios. Aquí ya se trata de potencialidad divina, dada como don a la naturaleza humana impulsada y sostenida por Dios.
En el N° 2.014, dice el CEC, con respecto a la mística: “El progreso espiritual tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo. Esta unión se llama “Mística”, porque participa del misterio de Cristo mediante los sacramentos -”Los santos misterios"- y, en el, del misterio de la Santísima Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión íntima con Él, aunque las gracias especiales o los signos extraordinarios de esta vida mística sean concedidos solamente a algunos para manifestar así el don de la gratuito hecho a todos”.
El Señor, tiene siempre un verdadero empeño en que en el desarrollo de su vida espiritual, nadie sepa donde se encuentra, entre otras varias razones, diciéndolo vulgarmente, para que a nadie se le suba a la cabeza. Y así podemos estar seguros de que ningún santo canonizado, sospechó ni por asomo que después de su muerte iba a subir a los altares y si el demonio le sugirió esta idea para ensoberbecerlo, seguro que él la desechó como un mal pensamiento, sabiendo perfectamente donde estaba el origen de la idea. Y en cuanto a los que en vida han conocido a un santo canonizado, muchas veces han quedado sorprendidos, pues a sus ojos, desde luego que era una buena persona, pero quizás no para tanto. Y es que a la vida espiritual, se la llama también vida interior, es nuestra intimidad con el Señor y si la rompemos perdemos su encanto. En la obra de Pemán, El divino impaciente, Ignacio de Loyola al despedir en Lisboa a Francisco Javier que parte para las Indias orientales, le da unos últimos consejos y le dice: “A grandes hazañas, vas Javier y no hay peligro más cierto, de que ese, de que arrebatado por el afán de suceso, se te derrame por fuera lo que debes de llevar dentro”. Nuestra vida interior es un tesoro que el Señor, en el gran amor que nos tiene, la comparte íntimamente con nosotros. Y si en las intimidades de amores humanos somos reservados y no damos cuenta a nadie de nada traicionando a nuestro amor humano, con cuanta más razón, estamos obligados a no traicionar a nuestro Amado celestial.
La lucha ascética del alma humana se desarrolla siempre en el plano natural, sin perjuicio que el luchador asceta, utilice en su lucha las divinas gracias que el Señor siempre le proporciona y sin ellas su lucha sería estéril. Por el contrario la mística pertenece al plano sobrenatural, el hombre no ha de hacer nada sino aceptar el regalo que Dios le otorga. De la lucha ascética es propia la oración y la meditación, del místico le es propia la contemplación. La ascética depende de nosotros mismos, la mística no depende de nosotros, podemos desearla, si es que nos creemos dignos de ella, aunque no creo que haya místico que se crea digno de ella, pero es un don un regalo del Señor y frente a Él nadie nos merecemos nada. Esa frase tan de moda en publicidad: “Vd. se lo merece”, o “nos lo merecemos”, aquí no rige. En la vida espiritual nadie se merece nada. Aquí lo único que nos merecemos es el castigo, que el Señor debería de darnos, si no fuese porque tanto nos quiere. La mística se regala, la ascética se trabaja. No hay mística sin previa ascética, pero si hay ascética sin mística; la ascética es la lucha, la mística es la consecuencia.
Se describe en tres etapas:
Vía purgativa: El alma se purifica de los pecados y las ataduras terrenales a través de la penitencia y la mortificación.
Vía iluminativa: El alma recibe la iluminación divina y experimenta una mayor comprensión de la verdad y el amor de Dios.
Vía unitiva: El alma se une a Dios en un estado de amor y unidad perfecta.
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