Guiarlos con mi Corazón al Corazón de Jesús
Mensaje, 25 de octubre de 1996
“¡Queridos hijos! Hoy los invito a abrirse a Dios el Creador, a fin de que El pueda transformarlos. Hijitos, ustedes me son muy queridos. Yo los amo a todos y los llamo a estar más cerca de Mí y a que su amor por mi Inmaculado Corazón sea más ferviente. Yo deseo renovarlos y guiarlos con mi Corazón al Corazón de Jesús que aún hoy sufre por ustedes y los llama a la conversión y la renovación. A través de ustedes, Yo deseo renovar el mundo, Comprendan, hijitos, que ustedes son la sal de la tierra y la luz del mundo. Hijitos, los invito y los amo, y de una manera especial les imploro, conviértanse! Gracias por haber respondido a mi llamado! ”
La eficacia de las acciones no esta tan determinada por el tamaño o numero, sino que más bien su proyección responde a la fuerza esencial que la mueve y sustenta.
Pequeños detalles cautivan, cuestionan y orientan corazones esclavizados y razonamientos equivocados.
La fuerza del amor de Dios, que trasciende el horizonte del mismo amor humano, tiene una omnipotencia incalculable e infinita, que es capaz de aniquilar el pecado, la muerte y la corrupción del mal.
El Verbo eterno se “encarnó”, y abrazó el amor humano, don del Creador en nuestra naturaleza espiritual, para santificarlo y elevarlo con las cualidad del Divino Espíritu, haciendo de la modestia y la humildad signos de la majestuosidad del poder Divino.
Tan grande es Dios que se hace pequeño, tan perfecto es que se hace cercano y compasivo, hasta el extremo de la Cruz, y en cada mirada, gesto, palabra y situación se hace Siervo y Cordero que se inmola por los pecadores.
El Corazón Divino palpita de amor, por nuestra frágil y pecadora humanidad, en cada momento y acción que realiza en medio de nosotros, para la gloria del Padre.
Al concedernos el Señor su Espíritu, nos hace capaces de palpitar, en nuestros corazones, con el mismo amor de su Sagrado Corazón, fluyendo torrentes de sangre de la caridad por las venas de nuestra vida cotidiana, familiar y comunitaria. Toda obra buena se hace santificadora, y todo esfuerzo y sacrificio es vinculado sobrenaturalmente al Calvario del Señor. Mientras más humilde y pequeña sea el alma, erradicando la suciedad de la soberbia, vivirá más intensamente el valor corredentor de cada acción hecha con el amor de Jesús.
Este misterioso camino del vivir en la voluntad del Señor, no visible para los ojos mundanos pero si para la mirada de la Fe, se hace cercano, palpable y entendible en el lenguaje maternal de la Reina de la Paz. Los gestos, presencia, palabra y silencio de la ternura del Inmaculado Corazón, nos permiten conocer la pureza, resplandor y eficacia de la Caridad, que habita y actúa por medio de los brazos de la Madre Celestial. La Sierva del Señor, inundada de la pureza y santidad de la gracia, nos convoca para transformarnos en corazones sagrarios de Cristo, que nos nutre con su Cuerpo y fortalece con su Sangre en cada Eucaristía, para que por medio de nosotros "su amor se difunda a todos alrededor de ustedes".
Tan Bello y Santo Sagrario viviente de Carne Inmaculada fue donde, los primeros años de su vida, se fue formando el alma esponsal de Santa Margarita María Alacoque.
En los brazos maternales de María se dejó abrazar por los designios providenciales y paternales de Dios, y conquistar, hasta no poder resistirse, por el amor redentor y santificador de Jesús.
Se hizo una pequeña aprendiz de las ternuras de Jesús, muchas veces expresando ella misma, en su vida monacal, oposición a las elevaciones extraordinarias por las que la llevaba su Esposo y Rey, por las cuales enfrentaba notables desprecios comunitarios.
Se reconocía víctima de Amor del mismo Amor. Y fue esa experiencia completamente profunda con la que se desposó, como toda religiosa, en la Orden de la Visitación: la del Amor de un Corazón de Carne, Divino y humano, ardiente de deseo de ser amado por los hombres, y apartarlos del camino de la perdición, para que queden enriquecidos, abundantemente, con los divinos tesoros del Corazón de Jesús.
El Inmaculado Corazón de la Reina de la Paz nos conceda, en la modestia de un camino profundo y constante de santificación, impulsada por la gracia abundante y magnánima del Señor, reconocer los abismos de bondad, misericordia y amor del Sagrado Corazón de Jesús, por el testimonio de una verdadera infancia espiritual de Santa Margarita María Alacoque, que está llegando a dar sobreabundantes frutos de caridad, fervor y santidad en la Iglesia y en las almas de buena voluntad.
Madre Reina de la Paz y Madre nuestra, toma nuestros corazones heridos por nuestros pecados y las espinas de un mundo secularizado e idolátrico, y consérvalos cerca de la llama de amor que en Tí flamea en abundancia, para moldearnos según los impulsos de amor, del Corazón del Señor, que se hizo pequeñito, un Corazón de niño, para hacernos vencer nuestras "grandezas" y soberbias, y se inmoló en la Cruz, para enseñarnos como morir a nosotros mismos, para poder forjarnos en la fidelidad.
Gospa querida, alcánzanos esta gracia de parte del Señor, sobre todo para los corazones sacerdotales. Sin tu bondad maternal no podemos. Gracias Madre.
Pbro. Patricio Romero
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