Oración al Espíritu Santo (Por el Padre Slavko Barbaric)
María, gracias por haberme invitado a invocar al Espíritu Santo. Por medio de Él, concebiste a tu Hijo Jesús... por medio de Él, aprendiste a meditar la Palabra de Dios, permaneciendo fiel a ella hasta el final.
“¡Queridos hijos! Durante esta novena, pidan la efusión del Espíritu Santo sobre sus familias y su parroquia. ¡Oren y no se arrepentirán! Dios les concederá Sus dones y ustedes lo glorificarán por ello hasta el fin de sus vidas. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!” (2 de junio de 1984, Novena de Pentecostés).
Oh, Espíritu Santo, oro a Ti con María, que me ha invitado a invocarte, y te pido que vengas a mí y derrames sobre mí todos tus dones.
Llena mi vida con el don del amor, para que de ahora en adelante yo pueda amar a Dios en Ti sobre todas las cosas y a mi prójimo como a mí mismo. Derrama sobre mí el don de sabiduría, para que en todo momento, en cualquier cosa que haga, piense, sienta o decida, siempre esté dispuesto a actuar bajo tu luz. Oh, Espíritu de consejo, desciende sobre mí para que por medio del conocimiento y palabras de amor, sea siempre capaz de ayudar a todos aquellos que piden mi consejo. Que cada palabra mía sea luz para otros. Espíritu de Jesús, concédeme el don de tu fortaleza para que pueda soportar toda prueba y haga siempre la voluntad del Padre, ¡especialmente en los momentos difíciles! Espíritu de fortaleza, sostenme en mis horas de fragilidad.
Oh, Espíritu de vida, desarrolla en mí la vida divina que ya me fue dada por Ti en el seno de mi madre y en mi bautismo. Fuego divino, inflama mi corazón con el fuego de tu amor, para que desaparezca de él el hielo del pecado y la oscuridad. Espíritu de sanación, cura en mí todo lo que está herido y haz crecer lo que aún no ha crecido. Desciende sobre mí con toda tu fuerza, para que siempre esté dispuesto a dar gracias, aún por las cosas pequeñas. Ilumíname, oh Espíritu Santo, para que aprenda a agradecer las cruces y las dificultades.
María, tú eres la portadora del Espíritu Santo, gracias por invitarme a orar al Espíritu de la verdad:
“¡Queridos hijos! Mañana por la noche pidan el Espíritu de la verdad. El Espíritu de la verdad es necesario para que ustedes puedan transmitir los mensajes tal y como yo se los doy, sin agregar ni quitar nada. Oren también, para que el Espíritu Santo fortalezca en ustedes el espíritu de oración. Como madre que soy de ustedes les digo que aún oran poco. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!” (9 de junio de 1985).
Oh, Espíritu de la verdad, ilumíname con tu verdad, para que viva en todo momento la verdad del amor, de la paz y de la justicia. Ayúdame para que mi vida diaria, mis hechos y mis palabras proclamen la luz de la Palabra Divina en toda su plenitud.
Espíritu Santo, guía al Papa, a nuestros obispos, sacerdotes y a todos aquellos que proclaman la Palabra de Dios. Derrámate sobre nuestra comunidad parroquial y sobre nuestro sacerdote y tus sacerdotes en el mundo entero. Derrámate sobre los confesores y sobre los que se confiesan. Derrámate también sobre todos aquellos que ya conocen y difunden en le mundo los mensajes de la Santísima Virgen.
Espíritu de oración, enséñanos a orar. Purifica nuestros corazones para que nuestra oración sea siempre escuchada y para que siempre encontremos tiempo para hacer oración. Espíritu Santo, ora en mí y hazme exclamar: “¡Abba Padre!” Concédeme la gracia de orar con el corazón.
María, hoy quiero aceptar tu invitación y abrir mi corazón a la acción del Espíritu Santo:
“¡Queridos hijos! Los invito, sobre todo en estos días, a que abran sus corazones al Espíritu Santo. En estos días, el Espíritu Santo está actuando en ustedes. Abran sus corazones y entreguen su vida a Jesús para, que Él pueda actuar a través de ustedes y los pueda fortalecer en la fe. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado” (23 de mayo de 1985).
Espíritu Santo, aparta de mi toda carga, para que mi corazón pueda ser como una flor que crece y se desarrolla, produciendo fruto abundante. María, que el Espíritu Santo comience y prosiga en mi interior la tarea que comenzó en Ti, para que a través de su acción amorosa el Verbo Divino crezca en mi corazón.
¡Oh, Espíritu Santo! Por medio de María yo te escojo en este día como el dueño de todo mi ser. Lleno de confianza y de esperanza en tu amor infinito, el cual se manifestó de manera tan admirable en la Virgen María, hoy me decido por Ti y por Tus Dones. Renuncio a cualquier espíritu del mal y a su acción y te acepto a Ti, Espíritu de luz, de amor, de paz y de orden. Te consagro todas mis facultades y deseo actuar siempre al amparo de tu luz.
Espíritu Santo, te entrego todos los derechos sobre mi vida. ¡Protégeme y guíame hacia al Padre! Oro a Ti con María, en nombre de Jesucristo. Amén.
(Nota: Los mensajes de la Virgen a los que Padre Slavko hace referencia en su oración pertenecen a los mensajes de Medjugorje.)
Don de Sabiduría
“Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros” (Mt 10, 19-20).
Mensaje, 25 de mayo de 2000
“¡Queridos hijos! Me regocijo con ustedes y en este tiempo de gracia los invito a una renovación espiritual. Oren, hijitos, para que en ustedes habite en plenitud el Espíritu Santo, a fin de que puedan testimoniar con gozo a todos aquellos que están lejos de la fe. Hijitos, oren en particular por los dones del Espíritu Santo, para que en el espíritu del amor cada día y en cada situación estén más cerca del hermano y a fin de que con sabiduría y amor superen toda dificultad. Yo estoy con ustedes e intercedo por cada uno de ustedes ante Jesús. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!
El don de sabiduría es la mirada suprema de Dios comunicada por gracia a una simple creatura. Su papel contemplativo y apostólico se extiende a toda la actividad del cristiano. A los ojos del alma, esclarecida por el don de sabiduría, todo se hace luminoso. Dios se manifiesta a ella en el brillo infinito de su Divinidad, de perfecciones innúmeras e ilimitadas. El espíritu de sabiduría le descubre en la cima de todos los seres –e infinitamente por encima de ellos–: “Aquel que Es”, el Único necesario, el Eterno viviente; y, surgiendo de esta esencia divina como de un centro de infinita irradiación, la multitud inconmensurable de los atributos divinos en el orden del ser, del obrar y de la perfección moral: bondad soberana, inmutable eternidad, omnipresencia, ciencia y comprensión de todo, entendimiento, fuente de toda verdad: Ser que se basta y cuya voluntad reposa en Él mismo como en un bien infinito; amor, justicia y misericordia; omnipotencia creadora que hizo surgir de la nada un universo que gobierna con sus manos; providencia infalible que vela sobre el menor átomo como sobre la inmensidad de los mundos; unidad floreciendo en Trinidad y, en esta sociedad de tres Personas iguales y consustanciales en la identidad de una misma naturaleza divina, todo en común: luz, amor y gozo, en una vida sin fin a la que Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo llama por gracia a todos los espíritus bienaventurados y a todas las almas de buena voluntad. El don de sabiduría contempla esas profundidades de la Trinidad y de la acción de Dios en el mundo. De todo juzga a la luz de la Esencia divina y de los atributos divinos. De una mirada simple y comprensiva, abraza todo el encadenamiento de las causas relacionándolas con su principio supremo. Es contemplación de Dios y visión del universo a la luz misma del Verbo, Sabiduría de la Trinidad.
El alma, transformada en Dios por la gracia de Cristo, entra como en su casa en todos los secretos de la Trinidad para vivir en ella en sociedad con el Padre, el Verbo y el Amor, en la unidad de una misma vida: “Aquel que se adhiere a Dios por unión de amor no hace sino un solo espíritu con Él” (I Co 6, 17). Parece que, introducida en la intimidad de la familia divina, el alma ya no ve las cosas en ellas mismas, sino que las saborea con el corazón de Dios. En esta experiencia mística, toca ella los abismos de la Trinidad. Ya nada puede retener el impulso de una creatura tal, identificada con Cristo: vive de amor en el seno mismo de Dios. En el cielo de su alma goza de la Trinidad. En esta cumbre de la vida espiritual sobre la tierra, el alma cristiana, en todos sus movimientos, permanece bajo la impulsión del Espíritu de amor: es la unión transformante. Sus actos, aun de apariencia más insignificante, se convierten en actos de puro amor. Se podría decir de estas creaturas conducidas por la Sabiduría del Espíritu de Dios, lo que San Juan de la Cruz escribía del alma que había llegado a la cima del Monte Carmelo: “Sólo mora en este monte la gloria y honra de Dios”. Como en el alma de Cristo, ya no queda en ellas sino un solo movimiento que imprime su propio ritmo a todo el resto: la gloria del Padre, la sola gloria de Dios. “Padre, no te he dado sino gloria” (Jn 17,4).
Esta alta sabiduría contemplativa trócase espontáneamente en amor, y el don de sabiduría vuélvese, por añadidura, suprema regla de acción. El alma, que ha experimentado el “Todo” de Dios y la “nada” de lo que no sea Él, quiere que esta gran luz ilumine la ejecución de todos sus actos, quiere realizar en su conducta, así como trabajar con todas sus fuerzas para que se establezca a su alrededor, el reino soberano de Dios, cuyo modelo perfecto encuentra en la vida de los bienaventurados, en quienes “Dios es todo en todos” I Co 15, 28). Ella transforma, aun cada una de sus menores acciones, en testimonio de fidelidad y de puro amor por la gloria de la Trinidad. Y esto, en la sencillez de una existencia aparentemente trivial. Este fue el secreto del alma del Verbo encarnado, aun en medio de las más ínfimas circunstancias de una vida totalmente oculta, para dar a su Padre una gloria infinita. El don de sabiduría une los extremos. Como la inteligencia divina, relaciona todos los acontecimientos de una vida, todos los seres del universo, y, a través de todo, sabe descubrir la huella de Dios. “¡Oh, profundidad de los abismos de la Sabiduría y de la Ciencia de Dios!” Para escrutar “vuestros incomprensibles juicios” y entrar en el misterio de “vuestras impenetrables vías” ( Ro 11, 33), que “Vos ocultáis a los sabios y a los grandes de este mundo para no revelarlo sino a los humildes y a los pequeños” ( Mt 11, 25), tiene necesidad el hombre de la luz del Espíritu de Dios. (R. P. Philipon, O.P)
Consagración al Espíritu Santo
Recibid ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que os hago en este día para que os dignéis ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi director, mi luz, mi guía, mi fuerza, y todo el amor de mi corazón.
Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones.
¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús. Gloria al Padre Creador. Gloria al Hijo Redentor. Gloria al Espíritu Santo Santificador. Amén
Ven Espíritu Santo por medio del Inmaculado Corazón de María Reina de la Paz… (Tres veces)
(Santo Rosario o Coronilla Reina de la Paz)
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