Consagración de nuestra soledad




En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo 

INVOCACIÓN 
Oh Santísimo y adorabilísimo Espíritu,
hazme oir tu dulce y amable voz.
Quiero ser ante ti como una pluma ligera,
para que tu soplo me lleve donde quiera
y que no le oponga jamás la menor resistencia. 
(venerable Libermann) 

Creo en Dios…


Una decena del rosario por las intenciones de la Virgen María

 Mensaje del 25 de junio de 1988 
“Queridos hijos, hoy los invito al amor sumiso y agradable a Dios. Hijitos, el amor lo acepta todo, aún lo que es amargo y difícil, por causa de Jesús, que es Amor. Por eso, queridos hijos, oren a Dios para que El venga en su ayuda, pero no según sus deseos sino según Su Amor. Abandónense a Dios para que El pueda sanarlos, consolarlos y perdonarlos por todo aquello que está en ustedes y les impide avanzar en el camino del amor. Así Dios podrá modelar sus vidas y ustedes crecerán en el amor. Glorifiquen a Dios con el canto de alabanza del amor, para que el amor de Dios pueda crecer en ustedes día a día hasta alcanzar su plenitud. Gracias por haber respondido a mi llamado.” 


MEDITACIÓN 
Aceptar una soledad humana total para unirse a María. Entre la muerte y la resurrección de su Hijo, ella es la única que conserva la fe, la esperanza y la caridad. La respuesta de la humanidad al sacrificio de Cristo está centrada sólo en ella. Del mismo modo, en estos tiempos que nos separan de la resurrección final, sólo en ella encontramos todas las virtudes para esperar, creer y amar, y ver, desde el fondo de nuestro valle de lágrimas, el triunfo de Cristo. “María está siempre con Jesús... incluso en el sepulcro, donde ella que está viva, no puede entrar. No busca al que vive entre los muertos, porque él está vivo en su Corazón; y el espíritu de Jesús, separado de su cuerpo, reposa en el espíritu y en el corazón de María, mientras su cuerpo descansa en la tumba”. 
(Berulle) 

Luego dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu Madre”. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa”. (Jn 19, 25-27).
Sin lugar a dudas se percibe en este hecho una expresión de particular atención del Hijo por la Madre, a quien dejaba con tan grande dolor. Sin embargo, el testamento de la Cruz de Cristo dice aún más sobre el significado de esta atención. Jesús ponía en evidencia un nuevo vínculo entre Madre e Hijo, confirmando solemnemente toda su verdad y realidad. Se puede decir que, si la maternidad de María respecto de los hombres ya había sido delineada precedentemente, ahora es precisada y establecida claramente; ella emerge de la definitiva maduración del misterio pascual del Redentor. La Madre de Cristo, encontrándose en el campo directo del misterio que abarca al hombre – a cada uno y a todos –, es entregada al hombre – a cada uno y a todos – como Madre. 
(Juan Pablo II, Redemptoris Mater n° 23) 


CONSAGRACIÓN 
María, Madre del Amor Hermoso, te consagro todo sentimiento de soledad en mí, te consagro todo deseo humano de romper con la soledad. Como está escrito: no es bueno que el hombre esté solo, también está dicho que Dios formó del costado del hombre una ayuda semejante a él. María, del costado del nuevo Adán, mientras el Hijo del hombre se dormía sobre la cruz, por el golpe de la lanza, ha nacido del agua, la sangre y el fuego de su Corazón, la nueva Eva que es la Iglesia. 
María, consigue para mí el amor a la soledad pues, solamente en ella, a solas con el Solo, se anula la soledad profunda y el hombre encuentra a su Dios. María, te consagro a todos aquellos que sufren de soledad física y soledad psicológica, que ellos te encuentren, oh Madre, oh hermana, oh amiga, oh bienamada de nuestros corazones. 

Antífona 
“Toda vida es una misa y toda alma, una hostia” 

Salmo 27 (26) 
El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar? 
Cuando se acercan contra mí los malvados para devorar mi carne, son ellos, mis adversarios y enemigos,
los que tropiezan y sucumben. 
Aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no temerá; aunque estalle una guerra contra mí, no perderé la confianza. 
Una sola cosa pido al Señor,
y es la que busco:
habitar en la Casa del Señor,
todos los días de mi vida,
para gozar de la dulzura del Señor y contemplar su Templo. 
Sí, él me cobijará en su Tienda de campaña en el momento del peligro: me ocultará al amparo de su Carpa
y me afirmará sobre una roca. 
Por eso tengo erguida mi cabeza
frente al enemigo que me hostiga; ofreceré en su Carpa sacrificios jubilosos, y cantaré himnos al Señor. 
¡Escucha, Señor, yo te invoco en alta voz, apiádate de mí y respóndeme! 
Dice de ti mi corazón:
“Busca su rostro”.
Sí, Señor, tu rostro busco;
no me escondas tu rostro.
No apartes con cólera a tu siervo; tú eres mi auxilio. 
No me dejes, no me abandones,
Dios de mi salvación.
Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me acogerá. 
Enséñame tu camino, Señor, condúceme por la senda recta porque tengo muchos enemigos.
No me entregues a la furia de mis adversarios porque se levantan contra mí testigos falsos, hombres que respiran violencia. 
Yo creo que contemplaré la bondad del Señor en la tierra de los vivientes.
Espera en el Señor y sé fuerte;
ten valor y espera en el Señor. 


Invocación: María, Reina de la Paz, ruega por nosotros y por el mundo entero. (3 veces) 



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