Consagración de los sufrimientos





En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo 

INVOCACIÓN 
Fuego y luz que resplandecen en la faz de Cristo, Fuego cuya venida es la palabra, Fuego cuyo silencio es luz,
Fuego que estableces los corazones en la acción de gracias,
te magnificamos. 
Tú que reposas en Cristo,
Espíritu de sabiduría y de inteligencia, Espíritu de consejo y de fuerza, Espíritu de ciencia y de temor de Dios, te magnificamos. 
Tú que escrutas las profundidades de Dios, Tú que iluminas los ojos de nuestro corazón, Tú que te unes a nuestro espíritu,
Tú por quien reflejamos la gloria del Señor, te magnificamos. 

Creo en Dios…


Una decena del rosario por las intenciones de la Virgen María

 Mensaje dado a Vicka en marzo del 1991 
“Cuando tengan un problema, un sufrimiento, una enfermedad, no digan: “¡Oh, por qué me ha sucedido esto a mí y no a cualquier otro!” No, queridos hijos, digan más bien: “Señor, te doy gracias por el regalo que me haces”. Pues el sufrimiento, cuando es ofrecido, es fuente de gracias para ustedes y para los demás. 
Cuando están enfermos, muchos de ustedes oran repitiendo incesantemente: “¡Sáname, sáname!” No, queridos hijos, eso no está bien; pues así sus corazones no están abiertos a Dios. Cierran sus corazones en la enfermedad y no están abiertos ni a la voluntad de Dios, ni a las gracias que él les quiere dar. Oren más bien así: “Señor, hágase en mí tu voluntad”. Solamente entonces Dios podrá comunicarles sus gracias, según sus verdaderas necesidades, la que él conoce mejor que ustedes. Estas pueden ser gracias de sanación, de una fuerza nueva, de luz, de alegría... Basta con que abran sus corazones a Dios. Gracias por haber respondido a mi llamado.” 

MEDITACIÓN 
Según san Efrén, por medio de María, la redención se extiende a los pecadores, hasta las almas que están a las puertas del infierno. ¿No escuchó santa Brígida dulces promesas de la boca del Señor a este propósito? Leemos en el libro de sus Revelaciones que un día esta santa escuchó a Jesús que conversando con María le decía: “Madre mía, pídeme lo que quieras, nunca rechazaré uno solo de tus pedidos” Y añadió: “Prometo que quienes en tu nombre me pidan cualquier gracia la obtendrán, aún siendo pecadores, a condición de que quieran convertirse”. 
Santa Gertrudis tuvo la misma revelación: escuchó a nuestro Redentor que le decía a María que en su omnipotencia, le había concedido hacer uso de su compasión, como ella lo entendiera, a favor de aquellos pecadores que recurrieran a ella. 
(san Alfonso María de Ligorio, Glorias de María) 

¡Oh María, María, Templo de la Trinidad, oh María, portadora de fuego, María dispensadora de misericordia. ¡María, que haces germinar el Fruto divino! ¡María, redentora, en cierto modo, del género humano! (El sufrimiento de tu carne, en el Verbo, ¿no ha salvado al mundo?) Cristo fue redentor por su pasión; tú, por el dolor del cuerpo y del alma. 
(santa Catalina de Siena) 

La Cruz es el único sacrificio de Cristo “único mediador entre Dios y los hombres” (1 Tm 2,5). Pero, porque en su Persona divina encarnada, “se ha unido en cierto modo con todo hombre” (GS 22,2 ), El “ofrece a todos la posibilidad de que, en forma sólo por Dios conocida, se asocien a este misterio pascual” (GS 22, 5). El llama a sus discípulos a “tomar su cruz y a seguirle” (Mt 16, 24) porque El “sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas” (1 P 2, 21). El quiere, en efecto, asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios (cf Mc 10, 39; Jn 21, 18.19; Col 1,24). Eso lo realiza en forma excelsa en su Madre, asociada más íntimamente que nadie al misterio de su sufrimiento redentor (cf Lc 2, 35): “Fuera de la Cruz no hay escala por donde subir al cielo” (santa Rosa de Lima, vida) 
(Catecismo de la Iglesia Católica, n° 618) 


CONSAGRACIÓN 
¡Oh María, de pie, al pie de la cruz, te consagro todo sufrimiento, oh Madre de dolores. Sabiendo que ningún ser en el mundo ha sufrido, sufre o sufrirá tanto como tú, y viéndote bañada en lágrimas y llena de dulzura, no abatida, sino de pie, atraes a tu corazón todos los sufrimientos de este mundo, para unirlos al Corazón de Jesús y hacer de ellos una ofrenda, una Eucaristía contínua. 
Madre de los siete dolores, Corazón traspasado de María, el Corazón de Jesús ha muerto por nosotros y ya no siente ningún dolor en la cruz. En tu corazón se opera el sufrimiento redentor. En esta pasión que durará hasta el fin del mundo, tú eres la compasión, también te ofrezco todos los sufrimientos que no son ofrecidos. Oh Madre, que éstos no se pierdan, sino que sirvan para la redención de los cuerpos y de las almas; oh María, mediadora y redentora por la voluntad de amor de tu Hijo. 


Antífona 
“Toda vida es una misa y toda alma es una hostia” 


Magnificat (Lc 1, 46-55) 
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. 
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo
y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. 
El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. 
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de su misericordia
– como lo había prometido a nuestros padres –
a favor de Abraham y su descendencia por siempre. 

Invocación: María, Reina de la Paz, ruega por nosotros y por el mundo entero. (3 veces) 





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