Estad prevenidos...



Estad prevenidos…



“Queridos hijos, este es un tiempo de amor, de afabilidad, de oración y de alegría. Oren, hijitos, para que el Niño Jesús nazca en sus corazones. Abran sus corazones a Jesús que se da a cada uno de ustedes. Dios me ha enviado a ser alegría y esperanza en este tiempo.”

  (Del Mensaje 25 de Noviembre del 2020)



   Adviento, viene del latín adventus, y su significado, también comprende el alcance del concepto latino “visitando”. En el mundo antiguo era un término técnico utilizado para indicar la llegada de un emisario o de un rey.


   Con esta palabra los cristianos explicaban su relación personal y comunitaria con el Señor Jesús.  Una constante espera de alguien cuya presencia y soberanía se necesita, no solo por    las tribulaciones de peregrinos sino con la necesidad del corazón.  Jesús es el Rey, que ha entrado en el pesebre de nuestras vidas para visitarnos a todos; para hacernos partícipes del banquete de fiesta preparado para cuantos creen en Él, para saciarnos con su verdad y su amor.


   El tiempo de Adviento, desde su origen, quiere sustancialmente ayudarnos a reconocer y decir que  Dios está aquí, no se ha retirado del mundo y no nos ha dejado solos.  Él está aquí y viene a visitarnos de múltiples maneras.


  Adviento es un tiempo de constante oración, sacrificio y ayuno, que busca quitarnos nuestras cegueras, y estar preparados a la llegada del Reino del Señor, que viene como socio en medio de la sequedad, como maná en medio de la hambruna, como lucero  que guía en medio de la oscuridad para acampar en nuestras vidas, y para que nuestras vidas se sustenten y pongan las raíces en su roca, de la cual fluye la abundancia de la gracia, de la paz y del auténtico amor.


  Por eso nos invita también al silencio interno y si es posible externo, para reconocer, con los sentidos de la fe, su presencia. Es una invitación a comprender que cada acontecimiento de la jornada es un gesto que Dios nos dirige, signo de la atención que tiene por cada uno de nosotros. Es un comenzar a reconocer el verdadero sentido del tiempo y de la historia, cuyo principio y fin es solamente Dios, a quien también reconocemos como el Alfa y Omega del Israel de ayer y hoy, verdad eterna, bien pleno y alegría para todos los pueblos.


  Con insistencia nos repite el Evangelio: «Velen y estén preparados, que no saben cuándo llegará el momento». 


  Es fundamental Velar, no solo para evitar extraviarnos, sino también para no dejar de contemplar el resplandor de Dios para nuestras vidas. Y “vela el que tiene los ojos abiertos en presencia de la verdadera luz; vela el que observa en sus obras lo que cree; vela el que ahuyenta de sí las tinieblas de la indolencia y de la ignorancia» (San Gregorio Magno).


 Hay que velar purificando las vestiduras de nuestra conciencia de toda suciedad, y revistiéndonos no de seda, sino con obras de valor…, como decía San Máximo de Turín: “adornados con vestidos resplandecientes de blancura. Hablo de los que visten el alma, no el cuerpo. El vestido que cubre nuestro cuerpo es una túnica sin importancia. Pero el cuerpo es un objeto precioso que reviste al alma. El primer vestido está tejido por manos humanas; el segundo es obra de las manos de Dios. Por eso es necesario velar con una solicitud muy grande para preservar de toda mancha la obra de Dios… Antes de la Natividad del Señor, purifiquemos nuestra conciencia de toda suciedad. Presentémonos, no revestidos de seda, sino con obras de valor… Comencemos, pues, por adornar nuestro santuario interior».





MENSAJE DE LA VIRGEN DE MEDJUGORJE


Queridos hijos, este es un tiempo de amor, de afabilidad, de oración y de alegría. Oren, hijitos, para que el Niño Jesús nazca en sus corazones. Abran sus corazones a Jesús que se da a cada uno de ustedes. Dios me ha enviado a ser alegría y esperanza en este tiempo. Y yo les digo: sin el Niño Jesús no tienen la ternura ni el sentimiento del Cielo que están escondidos en el Recién Nacido. Por eso, hijitos, trabajen en ustedes mismos. Al leer la Sagrada Escritura descubrirán el nacimiento de Jesús y la alegría, como en los primeros días que Medjugorje dio a la humanidad. La historia será verdadera: lo que también hoy se repite en ustedes y en torno a ustedes. Trabajen y construyan la paz a través del sacramento de la Confesión. Reconcíliense con Dios, hijitos, y verán milagros en torno a ustedes. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!




Atte. Padre Patricio Romero

 

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