“El que pierda su vida por mí, la salvará”
San Lucas 9, 22-25
Jesús dijo a sus discípulos:
“El Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día”.
Después dijo a todos: “El que quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la salvará. ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si se pierde o se arruina a sí mismo?”
“El Hijo del hombre debe sufrir mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser condenado a muerte y resucitar al tercer día”. Cuando el Señor anunció su sacrificio redentor, lo hace aludiendo en primer lugar a la verdad de su Encarnación: Él es el Verbo Encarnado, el Hijo eternamente engendrado por el Padre, pero que se hace Hijo de María, de naturaleza humana, para amarnos hasta el extremo de la Cruz, para liberarnos de las cadenas de pecado y de muerte, que nos hacen ciegos, y que nos impiden reconocer a Dios como nuestro “Padre”, al prójimo como nuestro “hermano”, y a nosotros mismos, como predilectos de la entrañable misericordia y caridad del Corazón del Señor.
Por eso, sólo el amor de Dios nos libera de nuestras tinieblas, y nos inunda del gozo verdadero. Solo el ungüento de la caridad transforma el sacrificio en libertad del propio egoísmo, y de la soledad insoportable a la que nos conduce el egoísmo.
El Ayuno y la Oración son dos pilares inseparables, que rompen las cadenas del placer y de los apegos desordenados, pero que también liberan de la vanidad espiritual y de la arrogancia del fariseo. Orar con el corazón nos hace confidentes del Corazón herido por la lanza en la Cruz, y nos impulsa a transformar cada sacrificio, como lo es el ayuno, en una ofrenda de caridad, necesaria para comprender el lenguaje de la misericordia y la compasión, efectiva y afectiva, en el que nos educa la Reina de la Paz.
Mensaje, 25 de julio de 1991
“¡Queridos hijos! Hoy los invito a orar por la paz! En este tiempo, la paz es amenazada de manera especial y Yo pido de ustedes, que renueven el ayuno y la oración en sus familias. Queridos hijos, Yo deseo que comprendan la seriedad de la situación y que comprendan que mucho de lo que va a suceder depende de su oración. Pero ustedes oran poco! Queridos hijos, Yo estoy con ustedes y los llamo a que comiencen a orar y ayunar como en los primeros días de mi venida. Gracias por haber respondido a mi llamado! ”
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