El deber de una Madre y un Padre



Mensaje, 25 de abril de 2005

“¡Queridos hijos! También hoy los invito a renovar la oración en sus familias. El Espíritu Santo, que los renovará, entre en sus familias por la oración y la lectura de la Sagrada Escritura. Así ustedes llegarán a ser educadores de la fe en vuestra familia. Con la oración y con vuestro amor el mundo marchará por un camino mejor y el amor comenzará a gobernarlo. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado! ”


Los padres tienen el derecho y el deber de educar a sus hijos

«Recuerden los padres que es deber suyo vigilar cuidadosamente para que los espectáculos, las lecturas y cosas parecidas, que puedan ofender a la fe o a las buenas costumbres no entren en el hogar, y para que sus hijos no las vean en otra parte». 

Dijo Pío XII en su discurso del 9-V-57: «La sociedad es para la familia, no la familia para la sociedad. La familia es una institución natural: es el origen de la vida humana, y el recinto de la educación. La familia es vínculo de transmisión normativa. Pero es necesario que la normativa moral y religiosa se dé con convicción, con motivación y con el ejemplo».

Algunos, enemigos de la educación y amigos de la libertad absoluta, defienden que se deje al niño hacer lo que espontáneamente quiera. Esto es una aberración. a los niños, desde pequeños hay que enseñarles lo que es bueno y correcto. Después, cuando sean mayores lo harán libremente, o no la harán; pero cuando son niños hay que enseñarles.

Pero el padre es lógico que trasmita a sus hijos lo que él considera valores, ideales, la verdad, el bien, lo correcto, la virtud, la honradez, la servicialidad, la responsabilidad, etc., etc.
No para oprimir al niño, sino para ayudarle, para educarle, en su propio bien.
Por eso le ayuda a hablar con corrección, a escribir sin faltas de ortografía, a ser limpio, a comer con urbanidad y a mostrarse bien educado en todas partes.
Y, por supuesto, a ser buen católico, amando a Dios y al prójimo.


Debemos colaborar con nuestros padres al bien espiritual de la familia, manifestándoles aquellas cosas que ellos deben saber para corregirlas. 

Pero quien oculta los malos pasos de sus hermanos, por un falso criterio de compañerismo, puede hacerse responsable ante Dios de las faltas que queden sin corregir. 

«Los padres son los primeros educadores, y son ellos quienes deben decidir, y no el Estado, el tipo de educación que crean mejor para sus hijos. 

»El Estado debe ayudar a todos los niños en edad escolar sin discriminaciones. Sería injusto que si los padres necesitan ayuda para la enseñanza de sus hijos, y el Estado quiere cooperar, sólo ayude a los que asisten a las escuelas estatales, y no ayude a los de las escuelas libres».

«Los padres, como primeros responsables de la educación de sus hijos, tienen el derecho de elegir para ellos una escuela que corresponda a sus propias convicciones. 

Este derecho es fundamental. 

En cuanto sea posible, los padres tienen el deber de elegir las escuelas que mejor les ayuden en su tarea de educadores cristianos. 

»Los poderes públicos tienen el deber de garantizar este derecho de los padres y de asegurar las condiciones reales de su ejercicio».

La educación es de una importancia transcendental y de una gran responsabilidad para los padres. 

Hay en la vida muchos hombres que lamentan su desgracia por las faltas y descuidos de sus padres. 



En educación, como en todo, se recoge lo que se siembra. 

A los niños, gradualmente, según ellos vayan siendo capaces de asimilar, hay que inculcarles la limpieza, el orden, la obediencia, el sacrificio, la lealtad, la servicialidad, la honradez, el saber renunciar, etc. etc.

«Acostumbrarlos a portarse bien en todas partes, a practicar el bien aunque sea penoso, y a huir del mal aunque sea seductor, (...) espontáneamente, y por propia iniciativa, aunque nadie le vigile ni castigue». 

De mayores será muy difícil que adquieran virtudes que no se les sembraron de pequeños.

Los niños, para su buen desarrollo, necesitan caricias desde el primer momento. 

Se han hecho estudios de niños atendidos perfectamente en sus necesidades vitales, en centros especializados, pero faltos de cariño, que muestran anormalidades características.

Los hijos, ni se pueden tener mimados y consentidos, ni tampoco castigarlos sin razón. 

El castigo es inevitable, pues es moralmente imposible que tus hijos no cometan alguna falta que lo requiera: «sin castigo no hay educación posible», dice uno de los más célebres pedagogos de nuestra época, Foerster 24 . 

Pero para que el castigo sea educativo y eficaz ha de ser siempre: 

a) oportuno: escogiendo el momento más propicio para imponerlo pasada la ira en unos y otros;

b) justo: sin exceder los límites de lo razonable;

c) prudente: sin dejarse llevar de la ira;

d) poco frecuente, para que sea eficaz.

e) cariñoso en la forma, para que el niño comprenda que se le impone por su bien. «No somos eficazmente castigados sino por aquellos que nos aman y a quienes nosotros amamos».

El castigo más que para expiar la culpa cometida debe servir para la corrección. Para esto es necesario que el niño reconozca la falta, y lo justo del castigo. Lejos de toda violencia, agresión y humillación, debe ser una corrección o sanción que lleve a la reflexión y consideración de la falta. El castigo violento muchas veces impide la reflexión e inhibe el juicio. Se restringe la actitud pero no se ordena la conducta ni se orientan los principios. Muchas veces el castigo violento termina en una inclinación desordenada o en una conducta autodestrutivo. 

Hay que tener tacto para corregir con eficacia.
Poco se logra con herir y humillar solamente.
Hay que alentar. Despertar el sentimiento de la propia estima.
Una corrección eficaz debe dejar siempre abierto un portillo a la esperanza de la propia superación.
El dejarle hacer lo que él quiera, algún día lo interpretará como falta de interés por su bien.
En cambio el contrariarle manifestando que se hace por amor e interés por él, terminará por ganarle el corazón.
Si es importante saber manejar el castigo en orden a una buena educación, no lo es menos el saber utilizar el premio; por ejemplo, el elogio. 

La recompensa pedagógica puede revestir muchas formas: una mirada de aprobación, un gesto cariñoso, una palabra, la concesión de un permiso deseado, un regalo, etc. 

Pero tampoco se pude ser excesivo en los premios y alabanzas, pues perderían eficacia, y se correría el peligro de hacer al niño egoísta, obrando bien sólo con miras al premio y a la recompensa.
Por eso, una educación de las virtudes, de un modo más íntegro y pleno, no es solo fruto de las capacidades humanas, sino que requiere de la santidad de vida, del impulso de la gracia y de la unción del Espíritu Santo. Solo Dios puede ser auxilio seguro, en una responsabilidad tan noble y santa, donde toda imprudencia, mala acción u omisión, puede dejar graves daños, trancas o heridas en los hijos, lo que después trae consecuencias en sus vidas y conducta.

"Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder 5.para que vuestra fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios. 6.Sin embargo, hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero no de sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este mundo, abocados a la ruina; 7.sino que hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, 8.desconocida de todos los príncipes de este mundo - pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria -. 9.Más bien, como dice la Escritura, anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman." (1 Cor, 2)


Concluyamos con otro Mensaje de nuestra Madre

Mensaje, 25 de agosto de 1996

“¡Queridos hijos! Escuchen, porque deseo hablarles e invitarlos a tener más fe y confianza en Dios que los ama inconmesurablemente. Hijitos, ustedes no saben vivir en gracia de Dios, por eso los llamo a todos de nuevo a llevar la palabra de Dios en sus corazones y en sus pensamientos. Hijitos, pongan la Sagrada Escritura en un lugar visible en sus familias, léanla y vívanla. Enseñen a sus hjos, porque si ustedes no son un ejemplo para ellos, los hijos se irán por el camino de la impiedad. Reflexionen y oren, y entonces Dios nacerá en sus corazones y sus corazones estarán gozosos. Gracias por haber respondido a mi llamado! ”


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