El Niño en brazos de su Madre



El Niño en brazos de su Madre

«Darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo» (Lc 1,31). Llegó el momento que Israel esperaba por muchos siglos, en medio de  tantas horas oscuras, el momento en  que Dios se compadeciera de los que sufren, se  manifestara y alcanzara la salvación para todos. Cuánta preparación interior habría en María para aquella hora. Cuando el Evangelio dice, «lo envolvió en pañales», podemos  vislumbrar la santa alegría y modesto celo de quien entiende que en sus brazos no solo esta la vida de su Hijo, sino también las esperanzas e ilusiones de quienes, con heridas en sus espaldas,   esperaron la venido del Redentor.   Misteriosamente quienes imploraban el advenimiento de la justicia divina, no tenían lugar para ella, no había posada no había sitio. Es una tragedia siempre actual, que la humanidad espera de Dios, su cercanía, cuando llega el momento, no tiene sitio para Él. “Está tan ocupada consigo misma de forma tan exigente, que necesita todo el espacio y todo el tiempo para sus cosas y ya no queda nada para el otro, para el prójimo, para el pobre, para Dios. Y cuanto más se enriquecen los hombres, tanto más llenan todo de sí mismos y menos puede entrar el otro.” (Benedicto XVI, 25-12-20017)

 “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron” (San Juan 1,11). Y tuvo que nacer en un establo, porque en la posada no había sitio para él. Claramente el Evangelista se refiere  a Israel: el enviado vino a los suyos, pero no lo quisieron. Pero también, se refiere a toda la humanidad: Aquel por el que el mundo fue hecho, el Verbo, la Palabra, el Hijo  Primogénito  entra en el mundo, pero no se le escucha, no se le acoge.

“…Hoy muchos de mis hijos no lo conocen, no desean conocerlo, son indiferentes. A causa de vuestra indiferencia mi Corazón sufre dolorosamente. Mi Hijo ha estado siempre en el Padre. Al nacer en la Tierra, traía lo divino, y de mí adquirió lo humano…”  (Mensaje, 2-3- 2016)

El tiempo y el espacio, es un don creado y regalado para conocer y abrazar el bien y la verdad. Pero vino el autor del tiempo, el creador del espacio, la Bondad y la Verdad encarnada, pero no encuentra acogida en nuestro corazón: quizás sí en nuestra emotividad. si, en nuestros sentimientos, en las tradiciones, santas costumbres y religiosos deberes que abrazamos, pero en el trono de la conciencia, en el palacio de nuestros intereses, ya esta todo ocupado con nuestro orgullo, nuestra suficiencia, nuestros cálculos, vicios y ambiciones.   
Pero hay quienes si acogieron al Divino Redentor y «…a cuantos lo recibieron, les da poder para ser hijos de Dios» (Jn 1,12).  De este modo, va creciendo silenciosamente, comenzando por el establo, la nueva casa, la nueva ciudad, el mundo nuevo, la morada del Rey de Reyes, edificado con los sólidos  corazones, de los pobres, los enfermos, los ancianos, los descartados y humillados, que en el crisol de la humillación y el abandono, experimentando el anonadamiento y el desprecio, se han puesto en el nivel de un Niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre, en una cueva de animales. Y es en ese lugar donde pueden tener un mismo lenguaje, con el Niño Dios, para ser sanados, fortalecidos y nacer de nuevo.

“Jesús hoy, de manera particular, desea habitar en cada uno de sus corazones y compartir con ustedes cada gozo y cada dolor vuestros.” (Mensaje 25-12-2013)

“El Niño de Belén es frágil, como todos los recién nacidos. No sabe hablar y, sin embargo, es la Palabra que se ha hecho carne, que ha venido a cambiar el corazón y la vida de los hombres. Este Niño, como todo niño, es débil y necesita ayuda y protección. También hoy los niños necesitan ser acogidos y defendidos desde el seno materno…

Y aquí tenemos la señal: «encontraréis un niño…». Tal vez ese niño llora. Llora porque tiene hambre, porque tiene frío, porque quiere estar en brazos… También hoy lloran los niños, lloran mucho, y su llanto nos cuestiona. En un mundo que desecha cada día toneladas de alimento y de medicinas, hay niños que lloran en vano por el hambre y por enfermedades fácilmente curables… (Papa Francisco, 25-5-2014)

La precariedad del pesebre se transforma por lo tanto en una verdadera alusión a la precariedad de nuestras vidas, que muchas veces vagan por una ruta se consuelos superficiales, de idolatría a lo superficial, de exaltación del ego e incluso de mal uso de los dones de Dios.  La elección del Redentor, al nacer en un pesebre, es la elección que el hace, con amor predilecto por cada uno de nosotros, para que nuestra pobreza, fragilidad y dolor se transformen en nuestros aliados para un nuevo nacimiento en Cristo.

“Hoy los invito de manera especial a abrirse a Dios, y que hoy cada uno de sus corazones se convierta en el lugar del Nacimiento de Jesús. Hijitos, deseo conducirlos a las alegrías de vuestra vida, todo este tiempo en que Dios permite que esté con ustedes. Hijitos, la única alegría verdadera de su vida es Dios. Por eso, queridos hijos, no busquen la felicidad en las cosas terrenales, sino abran sus corazones y acepten a Dios. Hijitos, todo pasa, sólo Dios permanece en vuestro corazón. ” (Mensaje, 25-12-2007)

Seguramente el pesebre tuvo aparentes tiempos mejores, pero ahora está deteriorado, sus muros en ruinas; se ha convertido en un lugar oscuro y frío. Y el trono de David, al que se había prometido una duración eterna, donde muchos esperaban naciera y reinara el Mesías, aparentemente esta vacío . Son otros los que dominan en Tierra Santa de ayer y de hoy. Son otros los reinos y sus reyes que rigen los corazones y las mentalidades de los pueblos. Y José, el descendiente de David,  un simple artesano y patriarca del nuevo pueblo de Dios; ha edificado la morada de la modestia y humildad para el Niño Dios y su Virginal y Santa Esposa; ha convertido en un palacio de pureza y virtud,  una choza pobre y olvidada para animales.

En el establo de Belén, precisamente donde estuvo el punto de partida, vuelve a comenzar la nueva realeza davídica: en aquel Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. El nuevo trono que atraerá hacia sí el mundo es la Cruz. El nuevo trono —la Cruz— corresponde al nuevo inicio donde se construye el verdadero palacio davídico, la verdadera realeza. “Este nuevo palacio es la comunidad de cuantos se dejan atraer por el amor de Cristo y con Él llegan a ser un solo cuerpo, una humanidad nueva. El poder que proviene de la Cruz, el poder de la bondad que se entrega, ésta es la verdadera realeza.” (Benedicto XVI, 24-12-2007) 

“¡Queridos hijos! Hoy, en este día de gracia, deseo que el corazón de cada uno de ustedes se convierta en el establo de Belén, donde nació el Salvador del mundo. Yo soy su Madre que los ama inmensamente y que cuida de cada uno de ustedes. Por lo tanto, hijos míos, entréguense a la Madre para que, ante el Niño Jesús, pueda presentar el corazón y la vida de cada uno de ustedes, porque solo así, hijos míos, sus corazones serán testigos del nacimiento cotidiano de Dios en ustedes. Permitan a Dios que con la luz ilumine sus vidas y con la alegría sus corazones, para que ustedes puedan diariamente iluminar el camino, y ser un ejemplo de la verdadera alegría, a otros que viven en la oscuridad y no están abiertos a Dios y a sus gracias. Gracias por haber respondido a mi llamado. ” (Mensaje 25-12-2014)

Así es como este Divino Niño  Jesús edifica la nueva gran comunidad, la nueva Israel, el pueblo santo del Señor, constituido por todos aquellos enfermos, ancianos, postergados y humillados, que como los pastores o los sabios de Oriente, hacen de sus corazones un pesebre donde puede nacer el Niño Dios, y sus almas saltan de gozo entonando el himno que cantan los ángeles en el momento de su nacimiento: «Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama».


(Retiro Diciembre 2018, Zona Santiago Sur)



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